La importancia de estrechar lazos creativos entre Canadá y México en los tiempos actuales

Alejandro Arcos Félix es director de cine. En este artículo habla de sus experiencias de convivencia con ciudadanos canadienses en México, lo que le lleva a reflexionar sobre la creación como estímulo de la convivencia.

Canada y Mexico
San Miguel de Allende. Foto: Miranda Garside en Unsplash

El presente artículo lo escribo en mi paso por Puerto Vallarta, México, una ciudad turística con una fuerte presencia de ciudadanos canadienses que residen de forma temporal o bien definitiva, huyendo de los duros inviernos del blanco norte. Esto también sucede en mi lugar de residencia habitual, que es San Miguel de Allende, Guanajuato.

Con el paso del tiempo, la convivencia entre el Sur y el Norte se vuelve cada vez más íntima, y ubicaciones como San Miguel o Puerto Vallarta son fiel reflejo de ello. Esto crea un choque de culturas, de formas y estilos de vida y de valores y principios. Pero también, en este choque, pueden salir colaboraciones que florezcan y que nos recuerden que en el fondo, todos somos uno y buscamos las mismas cosas.

Para no ir muy lejos, comparto pared con un canadiense, que en sus épocas laborales fue una figura prominente en el sistema judicial. Hace seis meses, compró la casa vecina y desde entonces nos hemos enraizado en una convivencia muy cercana. Como mi lenguaje es el cine, fácilmente podría escribir un guión de comedia negra sobre las vicisitudes que se han derivado de la misma.

En toda comedia, siempre hay una víctima de las circunstancias. En nuestro caso, seríamos dos víctimas de las mismas en una escalada de incomprensiones y sabotajes mutuos, al grado que podría titularse: Lo peor de dos mundos, con el tagline, amo a la humanidad, es a las personas a las que no soporto.

La tesis de la misma podría girar alrededor de lo siguiente: El deber ser cambia de persona a persona, una explicación de cómo un mismo suceso puede ser interpretado de muy distintas formas según los valores de quienes juzgan.

Pero, ¿Qué pasaría si, en vez de tomar lo peor de dos mundos, tomáramos lo mejor de dos mundos?

En ambas culturas, tanto en la mexicana como en la canadiense, existe una amplitud de cosas que merecen ser emuladas, conservadas, y fusionadas en nuestro proceso evolutivo. No olvidemos que conocer es amar, y en el contexto del cine, las historias crean familiaridad que disuelven estereotipos y juicios inapropiados y viciados.

En este tenor, al ser la cultura lo que el individuo le aporta a su sociedad, se erige la pregunta, ¿Cuál debe ser nuestra aportación original como habitantes del continente americano hacia el mundo?

En mi ciudad, hoy los cines proyectan más de un noventa por ciento de cine comercial de Hollywood. Con ello no me refiero a varias de las obras maestras que han salido de ahí, sino a películas palomeras de terror, apocalípticas, o de acción violenta. Y esto me lleva a preguntarme, ¿Dónde está el cine inspirador? Contrario a muchos críticos, me rehúso a creer que la negatividad evidente que emana de los estudios de producción más famosos del mundo se deba exclusivamente al gusto del público.

Etimología. La palabra original viene de la palabra origen, es decir, aquello que nos es innato o familiar. En segundo término, aquello que nos apasiona tanto que lo conocemos en gran profundidad y lo hacemos nuestro.

En mi convivencia por más de diez años con las comunidades canadienses que hoy se encuentran asentadas tanto en Puerto Vallarta como en San Miguel de Allende, he podido constatar cómo ambas se rigen fundamentalmente por valores familiares, basados en un modelo de respeto, tolerancia, trabajo, y diversidad.

Por ello, creo que nuestra aportación cultural al mundo debe ser original, es decir, por convicción luminosa y esperanzadora, un mensaje acorde a nuestras convicciones familiares. Creo que la colaboración entre ambos frentes podría catalizar esto de una manera impresionante.

En tiempos donde la raza humana se encuentra sumida en la incertidumbre y envuelta entre mensajes que promueven odio, miedo, pánico, y caos, nos encontramos ante una oportunidad de oro de crear y producir contenido que cambie la narrativa, que rompa paradigmas y cambie las perspectivas, y que de paso, nos recuerde lo importante que es hacer cine por lo que las historias han significado desde el inicio de nuestra raza, una forma de comunicarse y de transmitir mensajes que nos ayuden a vivir mejor y a aprender unos de otros.

Hay una profecía antigua que afirma que cuando aprendamos a estar unidos –el Norte con el sur de América, lo que en sentido metafórico es el águila con el cóndor– le aportaremos a la humanidad el recuerdo de lo que realmente se trata el vivir en este planeta con respeto. Es tiempo de hacer cine juntos y de mejorar por mucho lo que ofrece la industria, y de recordar el auténtico propósito de contar historias que valgan la pena.


Alejandro Arcos Félix ha participado desde 2008 en la creación de largometrajes y series de televisión. Actualmente se encuentra en el proceso de dirección de su película «Ya No Quiero Ser Vampiro». Reside entre Puerto Vallarta, Jalisco, y San Miguel de Allende, Guanajuato. Es egresado de la escuela de cine de Guillermo del Toro (C.A.A.V) y ha tenido la oportunidad de colaborar con actores de la talla de Johnny Depp y Andie MacDowell.

Como parte de esta colaboración, Alejandro está ofreciendo un «Taller de Realización Cinematográfica», en el cuál podrás aprender, tanto en la teoría como en la práctica, todas las bases para poder realizar un largometraje desde cero, y poder contar tu historia de una forma creativa, divertida y de alto impacto.

Para inscripciones, sigue este link.

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