No hace mucho tiempo, posturas como los que no quieren llevar mascarillas para combatir la COVID-19 o los que se oponen a las vacunas, no habrían durado mucho. Desde luego no como ideologías con tracción entre una parte sustancial de la sociedad.
No habrían durado mucho porque la selección natural se habría encargado de poner las cosas en su sitio.
Hace un siglo, incluso menos, aquellos que no quisieran protegerse de la pandemia con el simple gesto de cubrir bocas y narices con mascarillas, o lavarse las manos de forma regular, habrían contraído más rápidamente la enfermedad. Y sin los avances médicos con los que contamos hoy en día, muchos de ellos habrían muerto.
Lo mismo se puede aplicar con los que se oponen al uso de vacunas. Sin ellas, enfermedades como la viruela, una de las más mortales en la historia moderna de la humanidad, no habrían desaparecido.
Las vacunaciones masivas contra la viruela, o contra otras peligrosas enfermedades como la polio o el sarampión, han permitido su erradicación o que cuando se produce algún caso, la propagación sea contenida rápidamente.
Pero paradójicamente, el propio conocimiento científico que estos negacionistas atacan es el que les permite sobrevivir un día más para que ejerzan su derecho a la libertad de expresión en Norteamérica o Europa.
Un claro ejemplo es el presidente estadounidense, Donald Trump. Durante meses cuestionó el uso de mascarillas como medida preventiva contra la pandemia. Minimizó el riesgo que presenta la COVID-19, a pesar de que más de 200.000 estadounidenses han fallecido ya a consecuencia de la enfermedad. Y promovió supuestos remedios, desde la hidroxicloroquina hasta las inconcebibles ideas de consumir lejía o tratar el coronavirus con luz solar.
Cuando finalmente Trump contrajo la enfermedad, el presidente estadounidense no fue tratado con ninguna de sus peregrinas ideas: no consumió lejía, su interior no fue expuesto a la radiación solar, y desde luego, no se limitó a tomar paracetamol.
El presidente estadounidense fue ingresado en Walter Reed National Military Center, un hospital dotado con las últimas tecnologías médicas, recibió un tratamiento experimental, el más avanzado que puede existir hoy en día, y de la mano de todo un batallón de doctores, cada uno experto reconocido en su especialidad, recibió cuidado las 24 horas del día.
Gracias a la ciencia y a los científicos, Trump no sólo sobrevivió la enfermedad sino que se recuperó con gran rapidez. Pero las ocurrencias de Trump han calado.
En la comunidad hispana en Canadá está circulando a través de las redes sociales un comunicado de una supuesta asociación médica del país que afirma que el coronavirus no existe, que la pandemia es una creación de los Gobiernos, que las muertes son fruto de una intoxicación masiva. Bulos que es como se decía antes de que irrumpiese el término de “fake news”.
El comunicado de la inexistente asociación está acompañado por otro texto firmado por un abogado español, esta persona sí existe, en el que igualmente se difunden bulos.
Es difícil imaginar qué puede mover a estas personas a intentar convencer a la población de que ignoren el consenso científico.
Algunos parece que quieren ganar notoriedad pública, como Christopher Saccoccia (también conocido como Chris Sky), un canadiense que viaja por el país y el extranjero para “denunciar” medidas como el distanciamiento social o el uso de mascarillas.
Otros tienen agendas políticas, como los partidarios de QAnon. En otros casos es pura y llana ignorancia.
Lo mismo se puede aplicar a los partidarios del “terraplanismo”, esa idiotez que promueven un puñado en internet y que proclama que la Tierra es plana, que la comunidad científica nos tiene engañados y que la verdad está en frente de nuestros ojos.
Todo esto me recuerda al personaje de una película española de hace décadas que explicaba la imposibilidad de que el hombre haya pisado la Luna porque si escupes al cielo, irremediablemente la saliva es incapaz de escapar la gravedad y cae en tu cara.
Desgraciadamente, mientras que lo que decía este personaje era causa de risa, lo que los negacionistas, trumpistas y terraplanistas hacen no es una broma. En algunos casos, las consecuencias son trágicas, especialmente entre grupos de bajos ingresos o minorías.
En muchos otros casos, por suerte, la ciencia, los científicos, los médicos y el personal sanitario están ahí para que la irresponsabilidad e ignorancia de algunos no sea mortal.