[…] Las causas de este aparente incremento de la animosidad hacia los ciudadanos que, inmigrantes o no, en situación regular o irregular, hablan español en EE UU han sido atribuidas en parte al sentimiento de nacionalismo nativista exacerbado por la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. «Este es un país donde se habla inglés, no español», llegó a decir el magnate durante la campaña electoral, en la que también criticó a su rival Jeb Bush por hablar en castellano. El mismo día de su investidura, Trump eliminó la versión en español de la web oficial de la Casa Blanca, aunque luego fue repuesta.
Los frecuentes comentarios despectivos e insultantes del presidente (quien aún no ha puesto un pie en Latinoamérica) hacia los inmigrantes de origen hispano han ayudado a crear un clima en el que se ha abierto la veda contra lo «políticamente correcto», y donde no parece ser necesario reprimir este tipo de actitudes, a menudo abiertamente racistas. Hace tan solo unos días, Trump llamó «animales» a los pandilleros que entran ilegalmente en el país, y la comunidad latina no ha olvidado cuando, en la presentación oficial de su candidatura, dijo que México «envía violadores» a EE UU.
La comunidad hispana en Estados Unidos, el segundo mayor grupo étnico del país, solo superado por la población blanca de origen europeo, se ha convertido en la diana perfecta para quienes sienten amenazados su modo de vida o incluso sus empleos, por más que la mayor parte de esos hispanos sean tan ciudadanos estadounidenses como ellos, o realicen a menudo trabajos que ellos no quieren hacer. Y en este caso, el idioma, más que el color de la piel, es el principal identificador.
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