¿Qué hay detrás de la errática estrategia de Trump respecto al Tratado de Libre Comercio de América del Norte? Muchos analistas consideran que Trump está utilizando las mismas armas que le hicieron famoso y multimillonario en la selva del mercado inmobiliario de Nueva York. Es decir: golpea primero a tus adversarios y consigue después de ellos lo que quieras. La filtración el pasado miércoles del borrador de una orden ejecutiva para la salida de los Estados Unidos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) sembró la alarma en los gobiernos de México y Canadá y provocó el estremecimiento de sus mercados bursátiles. A las pocas horas, como si se hubiera tratado de una pesada broma, Trump comunicó personalmente por teléfono a sus homólogos en el TLCAN que su intención era permanecer en el Tratado pero que era necesaria la renegociación de algunos de sus términos, tal y como había martilleado durante su campaña electoral. Quienes defienden que en realidad hay una calculada estrategia de negociación detrás de este aparente caos diplomático, como Gary Hufbauer, del Instituto Peterson, un destacado experto estadounidense en el TLCAN, argumentan que la jugada le ha salido perfecta a la administración estadounidense: Peña Nieto y Trudeau ya saben que Trump es capaz de apostar por el peor de los escenarios posibles y, por lo tanto, acudirán a la mesa de negociación dispuestos a aceptar sin pestañear las condiciones del magnate inmobiliario como mal menor. Porque lo que parece claro a estas horas es que a Trump no le temblará la mano para sacar a los Estados Unidos del TLCAN si no logra arrancar un buen acuerdo en la renegociación. “Es el estilo Trump”, repiten desde Washington.
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En todo caso, todavía queda un largo camino para que las amenazas de Trump puedan verse cumplidas. Porque no está claro cuándo podrán comenzar las conversaciones entre los tres socios en el Tratado y tampoco cuáles serán los obstáculos que tendrá que salvar el presidente norteamericano en su propia casa. Tras 100 días de gobierno ya ha aprendido que dirigir el país más poderoso del planeta no es lo mismo que gestionar sus empresas, donde la orden jerárquica no se discute. En la Casa Blanca tiene que lidiar con las diferentes sensibilidades, intereses y grupos de presión políticos y económicos que coexisten bajo el mismo techo para sacar adelante sus promesas electorales. Ha aprendido rápido a base de golpes de realidad: el Obamacare sigue vigente porque no fue capaz de lograr una nueva ley que contentara a las dos alas que cohabitan en el Partido Republicano, la extrema derecha y los republicanos moderados. Lo mismo puede ocurrir en el caso de la renegociación del TLCAN, donde ya se han definido dos bloques antagónicos que estarían personalizados en el siniestro Steve Bannon, su estratega jefe, que defiende medidas expeditivas en materia comercial y Gary Cohn, antiguo directivo de Goldman Sachs y hombre fuerte de Wall Street en la Casa Blanca, que apuesta por el pragmatismo y el realismo en materia económica. Parece que de momento se ha impuesto su criterio aunque, como suelen recordad los especialistas en Trump, “su único estratega jefe es él mismo”.
Trump necesita que el Congreso se mueva y no lo ha hecho todavía. No es sólo la lentitud en el nombramiento de la autoridad que debe dirigir las negociaciones, sino también el retraso en la aprobación del aviso que debe abrir por ley un periodo de noventa días antes del inicio de cualquier negociación. Y el reloj está corriendo. Si no hay acuerdo en las próximas semanas el gobierno mexicano ya ha advertido que el próximo año no estará en condiciones de sentarse en una mesa negociadora porque 2018 será año electoral para elegir nuevo presidente. La postura de Canadá es, de momento, de tensa calma: esperar y ver.
La experta en comercio Laura Dawson explica el desafío básico para el presidente de Estados Unidos: quiere que otros sientan algo de miedo. Y no está claro que en el entorno de Trump nadie esté preocupado por el riesgo de que las conversaciones del TLCAN se retrasen sine die, se mantenga el Tratado tal y como está ahora y la gran promesa de la campaña de Trump de renegociar se estrelle en el olvido. “La alternativa a un TLCAN renegociado es el statu quo actual y éste no es demasiado malo para algunos sectores influyentes del país“, sostiene Dawson, directora del Instituto Canadiense en el Wilson Center de Washington. Es decir, el pragmatismo político y económico acabaría imponiéndose nuevamente sobre las trompetas del apocalipsis que anunciaban el fin del libre comercio y el regreso al unilateralismo. Esa es la batalla que de manera abierta y encarnizada se mantiene en la Casa Blanca entre el ala más radical que apoyó a Trump desde el primer día de su irrupción en la arena política y el sector moderado y experimentado que intenta conducir al inexperto presidente por la senda del posibilismo, tanto en lo político como en lo económico.
La noticia de una posible salida del TLCAN apareció repentinamente en el Washington Post, Político, la CNN y el New York Times, que citaban fuentes internas de la Casa Blanca para asegurar que se estaba valorando seriamente un proyecto de orden ejecutiva para cancelar el acuerdo. El relato de los hechos aludía a las divisiones en la Casa Blanca: el consejero jefe en materia de comercio, Peter Navarro, y conocido defensor de medidas punitivas con China y Alemania, estaba trabajando en la orden y se enfrentó a la resistencia de los elementos más moderados en política comercial en el ala oeste.
El mero rumor de que existía la posibilidad removió los cimientos del Tratado y de sus socios. El peso mexicano se devaluó casi un 2% y un tercio de un centavo el dólar canadiense. El Congreso expresó su alarma. Los negocios estaban en armas. Los gestos de preocupación surgieron en todos los sectores imaginables de la industria agrícola norteamericana, especialmente sensible a cualquier cambio de escenario comercial: los productores de carne de cerdo consideraron la idea devastadora, los productores de maíz desastrosa y el jefe del lobby de granos de Estados Unidos dijo que estaba sorprendido y angustiado. A las pocas horas Trump retiró el dedo del gatillo.
La versión pública que ofreció para explicar su repentino cambio de opinión fue que tuvo sendas conversaciones telefónicas con sus homólogos de Canadá y México: “Me gustan mucho estos dos caballeros“, dijo el jueves, fiel a su estilo de perdonar la vida en cada acción política, aunque en el fondo suponga una derrota. “Respeto mucho a sus países, la relación es muy especial y les dije que mantendré el Tratado y vamos a ver si podemos hacer un trato justo“.
Había algo más, en su declaración reconoció que la razón sustancial por la que había decidido retirar el dedo del gatillo temporalmente era que una medida drástica con el TLCAN podría suponer un “choque bastante grande para el sistema“, y reconoció que la renegociación era más fácil que la cancelación. La política real se imponía una vez más sobre las bravuconadas de campaña electoral. Muy lejos de Washington, en la canadiense Saskatchewan el primer ministro Justin Trudeau reconoció a los periodistas que la ruptura del TLCAN había sido una posibilidad real en la mente de Trump durante unas horas. “Él expresó que sí, que estaba pensando seriamente en cancelarlo“, dijo, y desveló también que “tuvimos una buena conversación anoche y le dije que la cancelación del TLCAN causaría dolor a corto y medio plazo para muchas familias“.
La Oficina del Primer Ministro informó que Trudeau y Peña Nieto hablaron el jueves por teléfono sobre el TLCAN y que saludaron la declaración de Trump de que está preparado para renegociar el acuerdo en beneficio de los tres países. La declaración aseguraba también que los dos líderes habían reiterado su disposición a negociar el reparto comercial y prometieron continuar su diálogo bilateral. El proceso de abandono del TLCAN es complejo. Una declaración de salida no significa automáticamente la retirada. En virtud del artículo 2205, un presidente puede ordenar una retirada y después de seis meses puede comenzar a ejecutarla. En ese momento la administración, las empresas afectadas, el Congreso y los tribunales comenzarán a discutir sobre qué tarifas se mantienen y cuáles desaparecen. La lucha de intereses puede retrasar eternamente la aplicación de una orden ejecutiva presidencial, por eso Trump necesita ganar tiempo y definir el terreno.