Un día de abril de 1992, cuando vivíamos en Oakville, a orillas del Lago Ontario, me trajeron a un joven estudiante de secundaria a casa para mostrarme su trabajo y proponerme que lo incluyera en una de las exposiciones que organizaba para el festival de las artes de la CCIE Celebración Cultural del Idioma Español, auspiciado por todos los consulados hispanohablantes acreditados en Toronto.
El joven muchacho salvadoreño canadiense, huraño pero tierno y gentil, me hizo una buena impresión, y al ver el primero de sus dibujos, de entrada me dije a mi misma: este es un dibujante, mientras el chico me miraba de reojo.
A primera vista, sus dibujos, impecablemente resueltos, muestran una textura y ambientación suave, la gama de grises del negro al blanco del papel canta pero no grita, a simple vista pareciera un laberíntico encaje humano. Su dibujo cargado de drama y tensión trata de la condición humana, de una puesta en escena cuyos personajes excéntricos revelan la pesadilla y el insomnio, el engaño y la maldad, y sin embargo podemos decir que son muy bellos.
Al adentrarnos en el contenido de sus formas dantescas, apiñonadas, convulsionadas y atrapadas por la densidad de cuerpos que amenazan y formas que se derriten y compiten por el espacio, uno se enfrenta a lo bestial y lo absurdo.
Su mundo es el mundo del tren llamado “La bestia”, el mismo que representa a la vez esperanza y terror, es el mundo de la diáspora que huye, el mundo de la tortura, la injusticia, la represión, la indignación y el dolor humano, en especial enfocado en las mujeres y hombres de la América Latina. La violencia del México actual, de El Salvador, la tierra de origen de Oscar Camilo De Las Flores, el artista que vivió el terror de la guerra cuando niño.
Sus dibujos atormentados, barrocos y obsesivos, están logrados con una destreza que no deja un solo espacio sin trabajar, son impactantes, aluden a los monstruos que produce el sueño de la razón, lo siniestro, las fuerzas aterradoras del ser humano cuando se transforma en bestia. Tal como lo hace ver Guillermo del Toro, cuyos monstruos capaces de ternura y amor, asumen la humanización perdida de sus personajes deshumanizados.
Cuántas horas, noches enteras y meses, me dice el mismo Oscar Camilo, le lleva trabajar uno de sus grandes dibujos, cuidadoso del ultimo detalle en el intricado diseño que cubre la superficie total del papel con un mismo ritmo, sin perder la magia del buen dibujo, el dibujo que cuida una línea sensible y pensante y que logra plasmar la parte obscura de la vida y darle forma visual a través del arte.
Ese joven estudiante que hace 26 años me llevaron a casa se convertiría en mi amigo Oscar, con quien comparto largas conversaciones y una amistad cercana. Con el tiempo participaría en varios de mis proyectos y seguiría mis pasos del Canadá a México; él dice que por su amor a México y porque me escuchó hablar tanto de Oaxaca y de sus pintores. Ese estudiante, hoy día convertido en un maestro del dibujo, sigue el camino que él mismo se trazo desde un principio, el del tenebrismo que lo acerca a Francisco de Goya, Francis Bacon y a José Luis Cuevas, del gesto de Clemente Orozco y la ilustración de José Guadalupe Posada, ahora desenvolviendo la capacidad de su proceso creativo en nuevas técnicas, formas y visiones que lo llevan del dibujo orgánico figurativo, a la geometría del cubano Wilfredo Lam.
Pero sus grabados, en especial, tienen una calidad que a mi ver los hace únicos. Los grabados de De las Flores son inconfundibles, han despertado gran interés en Canadá, donde ha sido becado muchas veces, en México y otras partes del mundo. Tiene la vida por delante, una gran energía y sensibilidad y, sobre todo, muchas ganas de triunfar, Oscar Camilo De Las Flores, quien en el contexto actual de un mundo violentado, presenta su atinada exposición individual titulada: Bestia humana, en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca.