Hace 22 años Toronto abrió todos los informativos de televisión con imágenes que remitían a un escenario de guerra: cuatrocientos soldados se habían desplegado por la ciudad con tanques y palas para desbloquear las principales calles y avenidas que habían quedado literalmente enterradas por una colosal nevada.
Las imágenes causaron tanto impacto como hilaridad: se suponía que Toronto, la ciudad canadiense más grande, estaba acostumbrada a las nieve y contaba con los recursos y la planificación necesarios para afrontar cualquier contingencia invernal. No fue así.
Un ejército armado con palas
Aquella fría mañana del 14 de enero de enero de 1999, el entonces alcalde Mel Lastman tomó una decisión por la que ha pasado a la historia de la ciudad. Pidió auxilio al ejército canadiense para enfrentarse a un incierto e insólito enemigo: la nieve.
Toronto había permanecido bajo estado de sitio durante más de una semana después de que se declarara la primera emergencia de nieve el 4 de enero, cuando cerca de 38 centímetros de nieve paralizaron la ciudad.
A medida que la nieve se acumulaba lentamente en los días posteriores a la primera tormenta, la situación empeoraba dramáticamente y la ciudad quedaba al borde del colapso. El 14 de enero Toronto sufrió la madre de todas las nevadas.
La ciudad se despertó con otros 27 centímetros de nieve que se sumaban a los ya acumulados en las semanas anteriores. Resultado: un caos y un paisaje que recordaba a las inquietantes escenas de Blade Runner. Toronto había quedado enterrado bajo una montaña de nieve que alcanzaba el metro de espesor.
Las ya estrechas carreteras se hicieron intransitables con vehículos estacionados a ambos lados y surcos montañosos en el centro que hacían imposible la circulación.
El ex-alcalde lo volvería a hacer
En una entrevista al Toronto Star en 2009, cuando se cumplían 10 años de aquel suceso, el veterano alcalde recordaba que lo primero que pensó al ver ese desolador paisaje fue la dificultad que tendría una ambulancia para desplazarse en esas circunstancias. Ese pensamiento le empujó a declarar una nueva emergencia de nieve y pedir la ayuda del ejército canadiense.
Cuatrocientos soldados inundaron la ciudad armados con palas, listos para enfrentarse a la nieve en tanques que rodaban por las calles del centro con dificultad y contundencia. El enemigo declarado estaba por todos los lugares. Las escenas de aquellas horas tenían algo de apocalíptico. Una ciudad acostumbrada a las grandes nevadas que era incapaz de dominarlas.
Con los soldados vinieron unos 100 camiones y voluntarios de la Isla del Príncipe Eduardo para despejar las principales calles bloqueadas. Lastman pagó su excelente trabajo con un favor: les consiguió entradas para un partido de los Toronto Maple Leafs ese fin de semana.
Pronto el suceso se convirtió en motivo de burlas en otras ciudades canadienses, en especial en Montreal, que observaba divertida las dificultades de su eterna rival para combatir algo tan canadiense como la nieve.
«Lo arreglamos para que los mayores pudieran ir a la vuelta de la esquina a comprar leche, para que la gente pudiera tomar el TTC», dijo en la entrevista el exalcalde diez años después.
David Gunn, el jefe de la comisión de tránsito en ese momento, confesó tiempo después que sabía el riesgo de que Toronto fuera ridiculizado. Pero no dudaron ante la caótica situación que vivía la ciudad. En 2009, se le preguntó a Lastman si lo haría de nuevo, dada la avalancha de burlas de las que fue objeto Toronto como resultado de sus acciones. «¿Lo haría de nuevo? ¡Tienes razón, lo haría!»
Esta semana, el exalcalde volvió a ser entrevistado en el canal Global News y su parecer no había cambiado. Aseguró que no se arrepentía de la decisión tomada: la circulación y la vida en Toronto regresaron a la normalidad gracias al ejército canadiense.