La noche del 30 de octubre de 1995 Canadá estuvo durante unas horas al borde del abismo. Fue una agonía lenta y silenciosa, vivida como un drama que escenificaba la profunda herida que dividía al país casi desde los días de su fundación.
Cuando Hugh MacLennan escribió en 1945 su famoso Two Solitudes, que ilustraba la falta de comunicación y el alejamiento cultural entre francófonos y anglófonos, no podía imaginar que medio siglo después aquella barrera cultural, política y mental de la que hablaba iba a poner en serio riesgo el proyecto de la confederación.
Por apenas 55.000 votos los partidarios de que Quebec continuara siendo una provincia de Canadá ganaron un referéndum del que se cumplen ahora 25 años. Es decir, los partidarios del ‘Sí’ estuvieron a aproximadamente un punto porcentual de conseguir su objetivo secesionista. Aquella traumática experiencia todavía supura en la piel del país, que sigue buscando la fórmula para una coexistencia armónica de todas sus identidades.
Canadá y Quebec, las dos soledades
El 30 de octubre los ciudadanos de Quebec fueron llamados a las urnas para votar ‘Sí’ o ‘No’ a la siguiente pregunta: ¿Está de acuerdo con que Québec se convierta en soberano, después de haber hecho una oferta formal a Canadá para una nueva asociación económica y política, dentro del proyecto de ley sobre el futuro de Quebec y del acuerdo firmado el 12 de junio de 1995?
La enrevesada pregunta no admitía más que una respuesta binaria, como ya había ocurrido en 1980, cuando los quebecois fueron consultados por primera vez en referéndum sobre si querían independizarse de Canadá. Entonces el ‘No’ ganó holgadamente con el 58% de los votos frente al 42% de los que querían un nuevo país.
Con aquel precedente, la nueva consulta convocada por el independentista Parti Québécois, que había ganado con Jacques Parizeau las elecciones provinciales en septiembre de 1994, no encendió las alarmas en Ottawa. De hecho, todas las encuestas de los meses previos mostraban que el apoyo a la independencia apenas alcanzaba el 39%. El gobierno federal dejó jugar convencido de que la unidad del país no corría peligro.
Como recordaba el periodista del diario Montreal Gazette Andy Riga, “la campaña de cuatro semanas comenzó con los partidarios del ‘No’ liderando 60-40 y terminó con encuestas que mostraban una división 50-50”. Los sentimientos estaban tan encendidos a ambos lados de la trinchera que aquel 30 de octubre votó el 94% del censo electoral, una cifra extraordinaria.
¿Por qué estuvo a punto de ganar el ‘Sí’?
¿Qué paso entre medio? Para encontrar una respuesta quizá sea necesario retroceder unos cuantos años para identificar el origen del problema. En 1982 el entonces primer ministro Pierre Trudeau no logró la firma de Quebec en la constitución recien redactada, una ausencia que todavía persiste y que ha sido desde entonces uno de los principales focos de distorsión de la arquitectura confederal.
Cinco años después el primer ministro Brian Mulroney intervino de manera determinante para que fracasara el conocido como Acuerdo del Lago Meech, que fue un intento del gobierno de Ottawa y los primeros ministros de las diez provincias por recuperar a Quebec para la causa federal canadiense.
Dicho acuerdo tenía como principal fundamento el reconocimiento de la provincia francófona como una sociedad distinta dentro de Canadá. Incluía varias enmiendas a la constitución de 1982. Algunas de las provincias, como New Brunswick o Terranova, se desligaron del acuerdo e imposibilitaron la unanimidad, que era condición indispensable para que saliera adelante.
El fracaso de aquel proyecto político provocó un crecimiento del apoyo al movimiento independentista en Quebec. En 1992 se intentó una nueva negociación, el Acuerdo de Charlottetown, que abordaba una mayor autonomía tanto para Quebec como para la población aborigen. Pero tampoco progresó. Las dos soledades de MacLennan estaban condenadas a no mirarse a los ojos nunca más. A principios de 1993 daba la sensación que los débiles nexos que mantenían unida a Quebec con Canadá se estaban deshilachando sin remisión.
El Parti Québécois entra en juego
El panorama político canadiense cambió drásticamente después de las elecciones de 1993, en las que el Partido Conservador Progresista de Mulroney sufrió una derrota histórica. El federalista Partido Liberal de Jean Chrétien ganó la mayoría en la Cámara de los Comunes y la oposición se dividió en bloques regionales entre el joven Partido Reformista de Canadá, con sede en el oeste, y el Bloque de Quebec, declaradamente separatista, que formaba la oposición oficial.
Al año siguiente las elecciones provinciales en Quebec consumaron un desgarro que a esas alturas ya parecía inevitable. El independentista Parti Québécois (PQ) ganó las elecciones provinciales y su nuevo primer ministro, Jacques Parizeau, anunció de inmediato que convocaría un referéndum sobre la separación de Quebec a lo largo de 1995.
Cumplió su promesa y el 30 de octubre los quebecois fueron llamados a las urnas. El gobierno federal, convencido de la victoria, decidió no implicarse en la campaña electoral. Sheila Copps, quien en 1995 era viceprimera ministra de Canadá, recuerda que los responsables de la campaña por el ‘No’ rechazaron la participación de políticos federales: «uno de los organizadores del ‘No’ me dijo: ‘Queremos ganar, pero no queremos ganar demasiado’. Esa fue su estrategia y eso nos llevó a casi perderlo todo», señala.
Y es que eso decían las encuestas hasta que un cambio de estrategia dio un vuelco imprevisto. Tres semanas antes del día de la votación el líder federal del Bloc Québécois, Lucien Bouchard, asumió el liderazgo de la campaña del ‘Sí’, en manos hasta entonces del primer ministro del Parti Québécois, Jacques Parizeau, y le dio una nueva energía. Sus mensajes eran más directos, su relato más poderoso y su entusiasmo más contagioso. Cada día las encuestas mostraban una alarmante mengua de la diferencia entre los dos bloques. El vuelco a esas alturas era posible.
El polémico ‘Unity Rally’ y su efecto en el resultado final
Tres días antes del referéndum se celebró en Montreal el Unity Rally, un mitin a favor de la permanencia de Quebec en Canadá que reunió a cerca de 100.000 canadienses de dentro y fuera de la provincia. Fue la manifestación política más multitudinaria celebrada hasta entonces en el país y su efecto, según los analistas, fue determinante para que el ‘No’ lograra vencer, aunque fuera por un estrecho margen.
La manifestación provocó un gran malestar en las filas independentistas porque patrocinadores corporativos, particularmente de fuera de Quebec, hicieron lo que, en opinión del entonces director general de Elections Quebec (la junta electoral quebequense), fueron contribuciones ilegales a la campaña del ‘No’. Varias compañías, incluida Air Canada, ofrecieron tarifas reducidas para viajar a Montreal aquel día.
Meses después la oficina electoral de Quebec dictaminó que aquellos apoyos «socavaron la democracia en su conjunto al alterar el equilibrio de gastos» entre las campañas ‘Sí’ y ‘No’. Una posterior sentencia concluyó que esas disposiciones de las leyes electorales de Quebec no se aplicaban a los patrocinadores ubicados fuera de Quebec. La cosa estaba tan igualada que cualquier maniobra, por pequeña que fuera, pudo decantar la balanza.
55.000 votos mantuvieron a Quebec en Canadá
La noche del recuento el país entero contuvo la respiración. Jean-François Lisée, en ese momento asesor y redactor de los discursos del primer ministro quebecois, señala que “el estado de ánimo durante todo el día fue sombrío, y más aún al ver los resultados”. Jean Charest, uno de los pocos líderes del ‘No’ que logró movilizar a los votantes durante la campaña, recuerda de la noche del recuento “lo poco que hablaba la gente; simplemente nos sentamos allí y miramos ”.
Al final el ‘No’ ganó por una estrecha mayoría del 50,58%. Los análisis realizados posteriormente sugieren que el 60% de los francófonos votó a favor de la independencia, mientras que los no francófonos —anglófonos, minorías indígenas y ciudadanos de otras procedencias— votaron en contra de forma casi unánime (95%). El ‘No’ fue mayoritario en el área metropolitana de Montreal y los distritos situados al oeste, Estrie y Outaouais.
La decepción en las filas independentistas se manifestó de diferentes formas: lágrimas, silencios sepulclares o declaraciones intempestivas como las del primer ministro Jacques Parizeau la misma noche del recuento, en las que culpó del resultado al «voto étnico y al dinero», en alusión a las minorías indígenas y a los empresarios.
De hecho, durante la campaña electoral varios pueblos indígenas —mohawks, crees e inuits— se pronunciaron públicamente en contra de la independencia de Quebec. Los crees defendían que si Quebec tenía derecho a separarse de Canadá, ellos tenían el mismo derecho a separarse de Quebec, una posición que siguen manteniendo veinticinco años después. Incluso el 24 de octubre organizaron su propio referéndum para decidir permanecer en Canadá. El voto afirmativo alcanzó el 96,3%.
Las consecuencias del triunfo del ‘No’
Aquella segunda experiencia fue traumática y dejó muchas consecuencias, algunas inmediatas y otras de largo alcance. Jacques Parizeau dimitió, Bouchard asumió la dirección del Parti Québécois y se convirtió en primer ministro de Quebec. Bouchard había anunciado anteriormente su intención de realizar otro referéndum sobre la separación en 1997. Nunca llegó a celebrarse.
Durante los últimos días de la campaña, los políticos federales se comprometieron a abordar algunas de las reivindicaciones de Quebec. Por ejemplo, el primer ministro Chrétien dijo que tomaría medidas para reconocer a Quebec como una «sociedad distinta» y garantizarle un veto de facto sobre los cambios constitucionales propuestos.
Chrétien creó un comité especial para formular una propuesta de reforma constitucional que, una vez más, fracaso al buscar la unanimidad de todas las provincias canadienses. Sus primeros ministros redactaron en 1997 la Declaración de Calgary que reconocía el carácter «único» de la sociedad de Quebec. Pero al mismo tiempo insistía en que todas las provincias deberían de ser iguales y que cualquier poder constitucional otorgado a una de ellas debería ser concedido a todas. La Declaración de Calgary fue adoptada por todas las legislaturas provinciales excepto por la Asamblea Nacional de Quebec.
La Ley de la Claridad, el antídoto contra el secesionismo
El 20 de agosto de 1998 la Corte Suprema de Canadá respondió a una consulta realizada por el gobierno federal canadiense sobre el derecho de Quebec a una secesión unilateral. Ottawa quería acotar definitivamente el irresoluble conflicto entre la provincia francófona y el resto de la federación, y armarse legalmente ante un nuevo referéndum por la independencia.
La respuesta del Tribunal sentó jurisprudencia: de acuerdo con el Derecho Internacional no existía ese derecho por parte de un territorio que no se encontrase en situación colonial. Pero con la misma contundencia sostenía que un Estado democrático no podía negar ese derecho si existía una voluntad cualitativamente mayoritaria y manifestada democráticamente mediante una consulta. Sin una mención clara en la Constitución canadiense a este supuesto, la Corte sólo podía instar a ambas partes a negociar de buena fe llegado el caso.
Pero el verdadero cambio en el marco político canadiense llegó en el años 2000 cuando vio la luz la famosa Ley de la Claridad que consagraba el “parámetro canadiense” sobre el derecho a la independencia de la provincia de Quebec.
Su redactor, el prestigioso político quebecois Stephen Dion, quería que el texto determinara claramente las normas de juego en las que se tenía que desenvolver la aspiración de la provincia francófona. Quebec, se suele olvidar, nunca ha aceptado esta ley e incluso aprobó poco después su propio texto; la «Ley sobre el respeto del ejercicio de los derechos fundamentales y prerrogativas de las personas y el Estado de Quebec», que se inspira en la declaración de la Corte Suprema pero desde una interpretación bien diferente.
El independentismo espera a mejores a tiempos
Desde entonces, el porcentaje de quebecois que apoyan la secesión de la provincia ha ido descendiendo hasta situarse en un 23%, una de las cifras más bajas de las últimas décadas. Los hijos de los que lideraron los movimientos independentistas en los años 80 y 90 se movilizan ahora por unas preocupaciones más globales y transversales: el medioambiente, la inmigración y el futuro laboral. Una Quebec independiente ya no figura entre sus prioridades. Pero como escribía recientemente el columnista Nico Johnson en el Post Millenial, «el separatismo en Quebec no está muerto sino dormido».
En las últimas elecciones federales celebradas en octubre de 2019 el Bloc Quebecois pasó de los 10 escaños ganados en 2015 a los 32. Yves-Francois Blanchet consiguió que su partido recuperara su tradicional fuerza en Quebec y volviera a ser determinante en el tablero político federal. Aunque no ha introducido matices en su discurso nacionalista, lo cierto es que en los últimos años el independentismo de Quebec ha evitado hacer cualquier referencia a un nuevo referéndum, conscientes de que ha dejado de ser, por el momento, una prioridad para la gran mayoría de sus electores.