El 9 de agosto se cumplirán 32 años de la gran traición que dividió a Canadá en dos bloques irreconciliables. El día que Wayne Gretzky, el mejor jugador de hockey de todos los tiempos, anunció que dejaba los Edmonton Oilers para fichar por los mediocres pero riquísimos Angeles Kings, el país entero entró en convulsión y se agitó como en la mejor tradición de las tragedias griegas.
El jugador que había liderado a los Edmonton en la conquista de cuatro Stanley Cup (1988, 1987, 1985 y 1984), el tipo que había roto para siempre todas las estadísticas históricas del deporte nacional, anunciaba entre lágrimas que dejaba los gélidos inviernos de Edmonton por el sol infinito de las playas californianas. Tres décadas después de aquel momento cumbre del hockey canadiense, el país sigue dividido entre los que consideran a Gretzky un traidor y los que son indulgentes con su deseo de buscar nuevos desafíos deportivos y, por supuesto, más dinero en el vecino del sur.
Wayne Gretzky, el capitán y el alma que había liderado la etapa más brillante de la historia de los Edmonton Oilers, fue enviado el 9 de agosto de 1988 a Los Angeles Kings junto con el centro Mike Krushelnyski y el defensa Marty McSorley. A cambio los Oilers recibieron un botín valioso pero insuficiente para compensar la melancolía de sus seguidores: el centro Jimmy Carson, Martin Gelinas, primera ronda del draft de aquel año; la primera ronda del draft de 1989, 1991 y 1993 y 15 millones de dólares.
Nunca antes en el hockey profesional una operación había movilizado tanto dinero, recursos, ingeniería financiera, ambiciones y decepciones. Edmonton quedó en estado de shock y el hockey canadiense perdió la inocencia para siempre. Fue el inicio del mercantilismo sin escrúpulos de un deporte que hasta entonces había conservado los códigos naturales de una actividad imbricada en la identidad del país. A partir de entonces todo fue posible porque Gretzky había sentado un precedente que trascendía lo puramente económico.
Un anuncio bañado en lágrimas
Hay un momento en toda esta historia que aporta además un elemento esencial en cualquier drama: la exposición pública de las debilidades del protagonista, es decir, su humanización. Ocurrió durante la multitudinaria rueda de prensa retransmitida a todo el país para anunciar el cambalache. Esas imágenes son uno de los momentos más icónicos de la breve historia del país. Cada 9 de agosto se reproducen en las televisiones canadienses con el misma cotidiano oportunismo que la película de Zapruder cada 22 de noviembre en los Estados Unidos, el asalto al Palacio de la Moneda de Santiago de Chile el 11 de septiembre o las imágenes de la entrada al Congreso del guardia civil Antonio Tejero el 23 de febrero en España.
Gretzky, el propietario de los Oilers, Peter Pocklington, y el entrenador y gerente, Glen Sather, asistieron a una conferencia de prensa en el Molson House de Edmonton para tratar de explicar lo que, para muchos, era inexplicable. Gretzky se derrumbó entre lágrimas mientras intentaba articular un discurso que diera sentido a la decisión que había tomado tras varias semanas de dudas, presiones y torturas interiores. Para muchos esas lágrimas fueron una impostura. «Estoy decepcionado por haber dejado Edmonton. He disfrutado la vida aquí y me encantan sus aficionados», dijo con voz entrecortada.
«Le dije [a su compañero de equipo, Mark Messier] que no haría esto», continuó, ahogado por la emoción. «Pero como dije, llega un momento en que, eh, cuando…». Gretzky no pudo continuar. Se apartó del micrófono y sus palabras quedaron colgadas en una atmósfera irrespirable y un silencio pesado y nervioso. Los periodistas no sabían qué hacer. «Todo cambia, todos envejecemos», dijo un Sather solemne que acudió a rescatar al jugador desconsolado. «Todos tenemos otras exigencias en nuestras vidas. Es un juego de niños que los hombres intentan jugar, y esa es la parte más difícil: decir adiós. Y voy a extrañar a Wayne», concluyó el entrenador.
Los periodistas que estuvieron presentes en aquella rueda de prensa la suelen recordar como uno de los momentos más surrealistas de su carrera y, sin duda, el acontecimiento más dramático de la historia reciente del hockey canadiense. Gretzky era en ese momento el mejor jugador de hockey del mundo, acababa de ganar su cuarta Stanley Cup con los Oilers y se había convertido en marca global que competía en la misma división que otros astros como Magic Johnson o Carl Lewis. Era el orgullo de Canadá, su hijo predilecto.
En Edmonton los seguidores quemaron efigies de Pocklington, el dueño del equipo, al que culpaban de haber promovido la venta de la estrella del equipo. Las 21 líneas telefónicas de los Oilers se colapsaron, incapaces de administrar las llamadas de los enfurecidos aficionados que querían anular su abono para la siguiente temporada. Había en este drama, como en todos, también una villana que había empujado al mal al protagonista. Era la actriz Janet Jones, esposa de Gretzky, que fue considerada la responsable intelectual del negocio sólo tres semanas después de haber pasado por ser la novia de Edmonton durante la multitudinaria boda de la pareja.
La decisión que cambió la historia del hockey canadiense
Lo que significa el hockey para los canadienses se manifestó en aquellos días de una manera casi grotesca. Un miembro del Parlamento de Canadá propuso que el gobierno federal bloqueara el intercambio o comprara el contrato de Gretzky y lo vendiera a otro equipo canadiense. «Los Oilers sin Gretzky son como un pastel de manzana sin helado, como el invierno sin nieve, como La Rueda de la Fortuna sin Vanna White», afirmó el líder de la Cámara del NDP (Nuevo Partido Democrático), Nelson Riis.
Don Cherry, el popular comentarista del mítico programa de televisión Hockey Night en Canadá, tiró de su conocida locuacidad corrosiva y afirmó que “no hay forma de que Wayne quisiera salir de Edmonton y no hay forma de que Janet se enfrente a esto. Creo que Wayne debería haberse quedado en Edmonton y retirarse en Edmonton. Como hizo Jean Beliveau con los Montreal Canadiens».
¿Pero cuáles eran las razones que provocaron este terremoto? En realidad fue Gretzky quien pidió ser intercambiado a Los Angeles Kings, aunque también circuló la teoría que sostenía que el dueño de los Oilers había promovido el negocio para ganar algunos millones que arreglaran las maltrechas arcas de la franquicia. Gretzky tenía motivos sentimentales que pesaban más que los económicos: su esposa esperaba su primer hijo y sus perspectivas profesionales eran más sólidas en Hollywood que en Edmonton. Nadia duda de eso. Pero había una fuerte corriente de opinión en los medios que sugería en aquellos días que Gretzky arrastraba también un antiguo resentimiento con los dueños de los Oilers y que incluso el equipo escuchó ofertas de los Vancouver Canucks, Detroit Red Wings y New York Rangers. En definitiva, teorías y más teorías que ayudaron a cultivar la mitología de un episodio que ya está en los libros de historia de Canadá.
Se ha investigado y analizado hasta el último detalle la marcha de Gretzky a Los Angeles. Todos los protagonistas han contado su versión de los hechos y siempre se mantuvo un tono de cordialidad ajeno a cualquier reproche, tan canadiense como la pequeña ciudad de Brantford en la que nació el jugador en 1961.
«Le dije a Wayne: ‘Tienes la oportunidad de echarte atrás ahora, no quiero cambiarte'», aseguró haber dicho el propietario de los Oilers, según cita el escritor de Los Angeles Times, Gordon Edes. «Su respuesta fue: ‘Quiero ser cambiado. Quiero seguir adelante. Tengo la oportunidad de hacer algunas cosas nuevas para mí, y será bueno para el hockey en los Estados Unidos'». Y de repente Los Angeles, sin tradición alguna en el hockey sobre hielo, pasó a convertirse en el foco de atención inesperado.
Dennis Metz, gerente de ventas de los Kings en ese momento, recuerda que su equipo tuvo miles de llamadas telefónicas preguntando sobre abonos para la nueva temporada el día en que se anunció el intercambio. «Ya no tenemos que vender el deporte», dijo Metz. «Tenemos el mejor jugador de hockey. Se venderá solo». Y así fue.
El mejor jugador de todos los tiempos
En el momento del intercambio Gretzky, tenía entonces 27 años, era el jugador dominante de su generación con récords de NHL en una sola temporada en goles (92), asistencias (163) y puntos (215). Era el líder de asistencias de todos los tiempos con 1.086 y había registrado 218 goles y 181 puntos, solo por detrás del mítico Gordie Howe, en el ranking de los mejores de todos los tiempos. Rompería cada uno de esos registros con los Kings durante las ocho temporadas que permaneció en sus filas: 246 goles y 672.
En su primera temporada con los Kings ganó el Hart Trophy como el jugador más valioso de la NHL. Era la novena y última vez que lo conseguiría. Rápidamente construyó la base de admiradores del equipo, inexistente hasta entonces, y capturó la imaginación de todos los aficionados del hockey, ganando el título de máximo goleador de la NHL en su segunda y tercera temporada con los Kings.
El impacto de Gretzky en su nuevo equipo fue tremendo, solo al alcance de una verdadera estrella. Los Kings, que se habían perdido los playoffs de la Stanley Cup en tres de las seis temporadas anteriores y no habían ganado una serie desde su derrota ante los Oilers en 1982, pasaron a los play-offs en cada una de las primeras cinco temporadas de Gretzky. En 1993 avanzaron a la Final de la Copa Stanley, perdiendo contra los Canadiens en cinco partidos.
Gretzky dejó los Kings y se fue a los St. Louis Blues el 27 de febrero de 1996. Firmó como agente libre con los New York Rangers el 21 de julio de 1996, reuniéndose con Messier (con quien había estado en los Oilers), en las últimas tres temporadas de su carrera. Se retiró el 16 de abril de 1999 sin haber vuelto a ganar la Stanley Cup. Para la afición de Edmonton aquella traición tuvo algo de justicia poética cuando en 1990 volvieron a ganar la Liga sin él. Cuando la pasada temporada se inauguró el nuevo estadio de los Oilers, Gretzky fue el invitado especial y la afición lo recibió como uno de los suyos. Quizá porque sólo el tiempo pudo enseñar aquello que el periodista de Ottawa Citizen, Earl McRae, escribió el día de su marcha a Los Angeles: “Wayne Gretzky nunca perteneció a los Oilers. Pertenecía a la NHL”.
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