Este fin de semana tres manifestantes fueron detenidos y acusados de altercados después de que los partidarios del movimiento Black Lives Matter arrojaran pintura sobre varias estatuas en Toronto, incluida la del antiguo primer primer ministro de Canadá, Sir John A. Macdonald, que preside Queens Park.
Los manifestantes habían iniciado la marcha en la Universidad de Ryerson, donde una estatua de Egerton Ryerson fue rociada también con pintura rosa. Las protestas forman parte de un movimiento iconoclasta a nivel mundial que exige la revisión de algunos episodios de la historia vinculados con prácticas esclavista y xenófobas. En este proceso se está cuestionando la idoneidad de mantener determinadas estatuas y monumentos que vanaglorian a figuras con un pasado controvertido, señalan los promotores de estas movilizaciones. En Estados Unidos decenas de monumentos públicos han sido derruidos al calor de las protestas por el asesinato a manos de la policía de George Floyd.
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¿Pero quién fue John A. Macdonald? ¿O Egerton Ryerson? ¿Por qué se cuestionan ahora esos monumentos que forman parte desde hace décadas del paisaje de Toronto? Seguramente miles de ciudadanos han pasado muchas veces delante de estas estatuas sin saber realmente qué méritos habían acumulado para ser merecedores de estos visibles reconocimientos públicos.
Se da por hecho que son glorias que han contribuido a escribir la historia del país. Pero los movimientos globales que piden una revisión de esa historia, canalizados en muchos casos a través de la controvertida “cultura de la cancelación”, exigen una reconsideración de los criterios que llevaron en el pasado a loar el legado de estos personajes.
John A. Macdonald, por ejemplo, fue uno de los fundadores y primer ministro del Dominio de Canadá en 1867; durante su mandato (1867-1873 y 1878-1891), se construyó el ferrocarril transcontinental. Hasta ahí todo bien, pero quienes entienden que su legado no merece reconocimientos recuerdan que fue uno de los impulsores de las escuelas residenciales. Se calcula que unos 150.000 niños aborígenes, inuit y métis fueron durante décadas arrancados de sus comunidades y forzados a asistir a estas escuelas de reeducación, donde fueron sometidos a abusos físicos, sexuales y sicológicos.
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Como señalaba recientemente a la CBC James Daschuk, profesor asistente de historia en la Universidad de Regina y autor del libro “Clearing the Plains”, “él construyó este país, pero decidió que los indígenas no tenían un lugar en él. Eran desechables”. Este pasado no fue óbice para que el gobierno canadiense decidiera ya hace años incluir también su rostro en los billetes de 10 dólares. Pesó más su condición de padre de la patria que sus posiciones xenófobas.
Debido a ese aspecto de su pasado, el sindicato que representa a los maestros de primaria en Ontario, la Federación de Maestros de Primaria de Ontario (EFTO), está presionando para eliminar su nombre de un buen número de escuelas en toda la provincia.
Una de estas escuelas, la Sir John A. Macdonald en Pickering, Ontario, está en la lista del sindicato por un cambio de nombre. Pero la parlamentaria conservadora Erin O’Toole, quien representa el área, calificó la decisión de «vergonzosa». Daschuk sostiene que el racismo prevaleció en el siglo XIX, pero que Macdonald no era «simplemente racista», sino que también era muy cruel, y no solo con los pueblos indígenas.
En 1885, Macdonald se dirigió a la Cámara de los Comunes para afirmar que Canadá debería quitarle el voto a las personas de origen chino con el argumento de que eran de una raza diferente a la de los europeos.
Ocurre lo mismo con Egerton Ryerson, un pionero de la educación pública en Ontario, que se considera que ayudó a dar forma a la política escolar residencial a través de sus ideas sobre educación para niños indígenas.