La diplomacia, como la literatura, es un arte cuyos mejores practicantes son los que saben descifrar la naturaleza humana con brillantez. En ambos casos es esencial la destreza con la lengua y las palabras.
Por lo tanto, no es casualidad que exista una larga tradición de escritores con el sombrero de diplomático: Romain Gary vivió en Los Ángeles parte de su vida por cuenta del gobierno francés. Pablo Neruda fue cónsul en Barcelona, Madrid y París, entre otros lugares. Para Gabriela Mistral, primer Nobel de literatura en América Latina, el lugar estuvo en los Estados Unidos, Francia, Italia y España. Octavio Paz, legendario poeta mexicano, también pasó muchos años al servicio de su país en las grandes capitales europeas, en la India y en otros lares.
Una conversación con Alejandro Estivill, cónsul general de México en Montreal, permite comprender mejor cómo estos dos mundos se complementan de un modo curioso. Estivill, que desde el 2016 se ocupa de mantener y reforzar los vínculos entre Quebec y México es también un escritor cuyas obras, aunque no muy difundidas, son saludadas por la crítica por la profundidad de su propósito y su sentido del humor único.
«Tengo que ser muy humilde», expresa Estivill sobre su carrera literaria.
Alejandro Estivill, diplomático y especialista en literatura hispana
Con dos novelas y una colección de relatos en su haber, este especialista de la literatura hispana afirma que la escritura es una actividad que sigue queriendo pese a su cotidiano alejamiento. En primer lugar y, antes que todo, está en juego la naturaleza exigente de su trabajo.
“La cantidad de escritores que han trabajado en la diplomacia en la historia de México es enorme si se compara con la de hoy”, dice Estivill. “Esto se debe en gran medida a la forma en que se practica la diplomacia en la actualidad: simplemente no permite tener más tiempo libre. Y el tiempo libre es un recurso necesario para cualquiera que desee escribir”.
El Cónsul cita a Jaime Torres Bodet como modelo de victoria, un hombre al que considera uno de los diplomáticos más importantes de la historia de México, quizás incluso “el más importante de todos”. Hoy se reconoce que Torres Bodet desempeñó un papel de primer orden en la construcción de la UNESCO, organización de la que fue segundo secretario general entre 1948 y 1952. Al mismo tiempo fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
Convertirse en cónsul de México en Montreal no formaba parte de sus planes de carrera. Desde su infancia tenía una naturaleza muy curiosa: el hombre de 55 años descubría una nueva pasión cada semana: “¡mi problema no era que no pudiera encontrar lo que amaba, sino que me apasionaba todo!”.
El joven Alejandro Estivill, un cultor de la lectura, finalmente dará un salto literario cuando le llegue el momento de elegir un curso universitario. Y no hará las cosas a medias: emprenderá estudios desde el bachillerato hasta el doctorado. Completará su recorrido con una tesis sobre el dramaturgo y hombre religioso español del siglo XVII Tirso de Molina.
Sin saber qué camino tomar al acabar sus estudios, su esposa Flora lo anima a lanzarse a la diplomacia : “Ella notó muy bien que yo era un news junkie y que me gustaba informarme de todo, todo el tiempo -¿Por qué no te lanzas a la diplomacia mexicana?- me dijo ella”. El joven Alejandro decidiría complementar su vocación de escritor con su pasión por la política y la cultura.
Su carrera comenzó oficialmente en 1993 al ser enviado a Costa Rica por cuenta del ministerio de Relaciones Internacionales de México. Su formación literaria es puesta a prueba desde su partida al redactar los discursos de José Ángel Gurría. Gurría es el secretario general de la OCDE desde el 2006. “Mi capacidad de escritor se canalizaba a través de la diplomacia”, cuenta Estivill.
«La calidad principal exigida por el Estado de México de su personal de servicio en el extranjero es la capacidad de comunicar de manera clara, convincente y conciliadora».
“La calidad principal exigida por el Estado de México de su personal de servicio en el extranjero es la capacidad de comunicar de manera clara, convincente y conciliadora. Hay que reconocer los matices y servirse de estos para evitar contradiscursos y al mismo tiempo provocar una convergencia de voces”, agrega.
Después de alejarse de la escritura durante cierto tiempo. Estivill tuvo la suerte de enseñar literatura hispánica en la Universidad de Harvard durante un año a comienzos del 2000. Es en esta época que él encontrará la oportunidad de trabajar en su primera novela, El Hombre bajo la piel, una historia que pone en escena a un profesor de teología de una universidad estadounidense quien se encuentra en prisión.
Años antes, en 1996, un grupo de jóvenes escritores mexicanos publicó un manifiesto cuyo objetivo era dar un viento de cambios en la escena literaria latinoamericana. Se trataba de El manifiesto del Crack, un documento que marcaría la puesta en escena del grupo literario conocido con el nombre de “generación del crack”. Alejandro Estivill, cuyo nombre no aparece, fue partícipe de la génesis del movimiento.
Estivill y la «generación del crack»
“La historia de la generación del crack es fuera de lo común. En el momento de su publicación, los manifiestos habían pasado de moda, tanto como las ganas de formar parte de un grupo, adoptar un estilo común o estar en ruptura con el pasado”, cuenta Estivill. Estos jóvenes autores buscaban distanciarse de la tradición literaria del Boom Latinoamericano de los años 60 y 70, marcados por el realismo mágico y la ficción histórica. Sin querer repudiar su legado, el grupo deseaba romper con la marca de comercio en que se había convertido el Boom para dar a conocer la originalidad de su enfoque.
“Lo que es bello de la generación del crack es que comparten una visión con los contemporáneos de los años 30, es decir que, como ellos, buscan vasos comunicantes con el mundo entero. Su meta estaba en nutrirse de todo lo que se hacía fuera con el fin de aumentar su nivel estético sin perder el carácter propiamente mexicano de su voz”.
Los autores de la generación del crack no actuaron nunca dentro de un cuadro estricto ya que esa no era su intención. El movimiento permitió a una nueva generación de escritores darse un lugar propio en la escena literaria. Algunos alcanzarían un reconocimiento considerable, particularmente Jorge Volpi, uno de los autores contemporáneos más conocidos internacionalmente.
La historia de la generación es delineada y contada por sus propios protagonistas en el libro Crack: instrucciones de uso, publicado en el 2004. Estivill, quien no se considera una figura central del movimiento, revela sin embargo su rol.
Si bien dice ser un autor de pocas obras, lo que ha publicado hasta la fecha es el fruto de un trabajo minucioso y de largo aliento como su segunda novela Alfil. Los tres pecados del elefante, y En la mirada del Avestruz y otros cuentos.
“Parafraseando a Jorge Luis Borges, yo no me enorgullezco necesariamente de lo que he escrito, sino que el hecho de escribir me ha permitido leer mejor”, expresa. En una época donde la frontera entre la ficción y la realidad parece cada vez más confusa, su experiencia le da herramientas que le ayudan a descodificar las tendencias del fondo.
Las transformaciones de la esfera pública son sensibles a todos, pero para un diplomático, sus implicaciones son profundas. “Al comenzar mi trabajo a inicios de los años noventa, existía entonces algo llamado La verdad o La versión oficial de las cosas. Todo el mundo podía adherirse a los hechos y ver el mundo con cierta claridad. Hoy en día ya no es así”.
«Parafraseando a Jorge Luis Borges, yo no me enorgullezco necesariamente de lo que he escrito, sino que el hecho de escribir me ha permitido leer mejor».
La caída de la URSS y el fin de la Guerra Fría impulsaron al modelo occidental de democracia social como paradigma dominante a través del mundo. Numerosos intelectuales proclamaron el fin de la Historia. Sería una decena de años más tarde, al comienzo de la era Bush, pero sobre todo tras los atentados del 11 Septiembre, que las fisuras de la ideología comenzaron a aparecer.
“No digo que nos comenzábamos a creer un mundo ficticio, que las fake news comenzaron a aparecer y que la verdad había cesado de existir de un día para otro. Distintas interpretaciones de los hechos existieron siempre, y uno siempre ha tenido que leerse treinta y cinco periódicos para hacerse una idea de las cosas”. Lo que ha cambiado, por el contrario, es la esperanza de poder llegar siquiera a un consenso. “Nos acostumbramos a un mundo más variable, más dado a la interpretación de todo y por cada uno”.
La esfera pública en México ha conocido hace poco cambios aún más profundos, Y como en todos lados, el país no está fuera del alcance de la cacofonía que define nuestro tiempo.
Según el Cónsul, a través de la mayor parte del siglo XX y hasta el fin de la Guerra Fría, México era un país cuyo discurso oficial era muy unívoco y centrado sobre todo en sus propios intereses. La filosofía dominante de la clase política era la primacia de la soberanía del Estado mexicano: se optaba por no entrometerse en los asuntos de los demás y viceversa. Aquello habría servido a ocultar ciertas faltas crónicas respecto a valores democráticos y de derechos humanos.
Alrededor de los años 2000, el país se democratiza rápidamente y su discurso se transforma. Ya no se temía la opinión de los demás. Al contrario, se alentaban los diálogos internacionales con el fin de inspirarse y de compartir la parte iluminada de México.
Literatura y diplomacia: mundos compatibles
“En un mundo donde yo debiese casi siempre seguir la línea del discurso oficial del gobierno, sería hoy cuestión de comprender, de transmitir y de poner en relieve la suma de todas las voces mexicanas. El rol de la diplomacia mexicana no es simplemente ser un portavoz del gobierno, sino de representar la sociedad civil mexicana en toda su complejidad”, explica. Con esta nueva dinámica emerge el valor de una trayectoria impregnada de literatura.
Como artista y antiguo Director de Asuntos culturales del Ministerio de Asuntos Extranjeros, la cultura está al centro de sus actividades. Es ante todo el vector a través del cual Estivill dice estar a la altura de hacer brillar a México. “Me siento afortunado de estar en Montréal ya que, precisamente, es un lugar donde la actividad cultural es central”, sostiene.
«Me siento afortunado de estar en Montréal ya que, precisamente, es un lugar donde la actividad cultural es central».
Las contribuciones culturales no tardaron en concretizarse. El mismo año en que fue destacado a Montreal se nombró a México como el país invitado de honor del Salón del Libro del 2016 (Mexique était le pays d’honneur au Salon du livre de 2016). “Lo que es interesante de Quebec es la cercanía que el público tiene con sus escritores”, afirma Estivill.
Esta cercanía con los escritores es un valor que hay que rescatar. Es también una misión personal que él se plantea y que su oficio le permite cumplir. “Yo seré siempre un transmisor de literatura. Lo intentaré siempre, ya que es el maravilloso hobby que tengo”.
Artículo publicado originalmente en la revista Hispanophone
Traducción de César Salvatierra