Hace más de 40 años, el 10 de noviembre de 1979, la ciudad de Mississauga vivió un episodio tan dramático y apocalíptico como el que el mundo vive estos días por culpa del coronavirus.
El descarrilamiento de un tren de carga de la Canadian Pacific con 106 vagones, que transportaba explosivos y productos químicos venenosos procedente de Windsor, provocó el pánico colectivo y una de las operaciones de rescate y aislamiento más impactantes que se recuerdan en Canadá.
La preocupación por los peligrosos productos químicos que transportaban los vagones descarrilados obligó a la evacuación de 240.000 personas del área circundante. Fue, hasta la evacuación de Nueva Orleans de 2005 tras el huracán Katrina, la mayor acción de paz en Norteamérica. Es sin duda, el episodio más importante de la historia de Mississauga, cuya municipalidad se creó en 1974.
Muchos todavía recuerdan qué estaban haciendo a las 11:53 pm del 10 de noviembre de 1979, cuando el mercancías descarriló. En ese momento nadie podía imaginar que se iba a iniciar un operativo que convertiría a Mississauga en una ciudad fantasma durante varios días, en lo más parecido a un Apocalipsis.
El accidente provocó llamaradas de más de un kilómetro de altura que se podían ver a cien kilómetros de distancia. Los vecinos de la zona recuerdan que hubo un choque ensordecedor y un doloroso chirrido de acero sobre acero cuando los vagones del tren descarrilaron. Las imágenes de aquellas horas dramáticas son sobrecogedoras.
El mercancias convertido en un arma de destrucción masiva
Según las investigaciones, el choque se produjo cuando un rodamiento lubricado incorrectamente en una de las ruedas del auto 33 comenzó a calentarse. Se convirtió en lo que los empleados ferroviarios llaman una «caja caliente». La fricción quemó el eje y cuando el tren pasó a la altura del paso a nivel de Burnhamthorpe Rd. un eje y un par de ruedas ya se habían soltado. A esas alturas la tragedia era ya inevitable.
Cuando alcanzó Mavis Rd. tres minutos después, el tren de aterrizaje se había caído, provocando el descarrilamiento de 23 vagones y desencadenando el drama. Varios camiones cisterna que transportaban estireno, tolueno, propano y cloro se rompieron, derramando su contenido en las vías y en la atmósfera. Fueron los vagones de propano que chocaron y explotaron en el aire los que causaron las enormes bolas de fuego, unas imágenes dantescas que muchos retienen pese a que han transcurrido más de 40 años.
El mayor temor se centró en la fuga del tanque de cloro. Si hubiera explotado, el líquido se habría convertido en vapor mortal formando una nube a la altura de las rodillas que hubiera matado o mutilado todo a su paso. A medida que la magnitud del peligro se hizo evidente, cientos de socorristas de emergencia, funcionarios y expertos se movilizaron en todo el sur de Ontario.
El jefe de bomberos de Mississauga, Gordon Bentley, fue una de las primeras personas en llegar a la escena, justo en la intersección entre Mavis Rd y Dundas St. Bentley se convirtió sin pretenderlo en uno de los héroes civiles de aquellas jornadas fatídicas: se hizo cargo esa misma noche de todo el operativo y no lo abandonaría hasta que las cosas volvieron a su cauce varios días más tarde.
Noventa minutos después de la primera alarma, los agentes de policía con máscaras de gas comenzaron a despertar a los residentes con la ayuda de una ambulancia que cruzaba las calles con un potente altavoz: tenían que abandonar urgentemente sus casas. Otros policías del equipo formado por 700 personas comenzaron a desviar el tráfico desde las rutas congestionadas a un lugar seguro.
En las primeras horas, las más críticas, el jefe de policía de la región de Peel, Doug Burrows se dirigió a la población para informar de que existían “90 toneladas de cloro que se escapan lentamente. Tenemos que saber a dónde podrían ir bajo diferentes condiciones climáticas. Tenemos que saber sobre todas las circunstancias posibles de antemano». El mensaje era tan claro como dramático.
La mayor movilización médica en la historia reciente
En la evacuación de la ciudad colaboró una flota de 100 ambulancias que transportó a más de 2.000 personas impedidas, incluidas mujeres a punto de dar a luz y pacientes inconscientes con sus historiales clínicos atados a sus estómagos.
En el Hospital General de Mississauga, el personal tardó solo tres horas y media en dar de alta o trasladar a sus 462 pacientes a otras ocho ubicaciones, convirtiendo el habitual bullicioso centro médico en un lugar silencioso y misterioso.
Poco más de 24 horas después de que comenzara la evacuación a la 1:30 a.m. del domingo 11 de noviembre, la que entonces era la novena ciudad más grande de Canadá se transformó en un pueblo fantasma, lo más parecido a un escenario de una película de zombies. José Tejerina, que vivió la evacuación, recuerda que «nos obligaron a abandonar nuestras casas rápidamente, sin tiempo a preparar una maleta u organizarnos. Salimos de nuestras casas con lo puesto. Fueron momentos dramáticos en los que la gente actuó en general con gran civismo». Pasarían seis días antes de que todos los evacuados, la mayoría de los residentes de Mississauga, así como áreas de Etobicoke y Oakville, pudieran regresar a sus hogares.
Milagrosamente nadie murió en el descarrilamiento. Sin embargo, un edificio recreativo municipal, tres invernaderos y ventanas de edificios adyacentes y decenas de coches quedaron destrozados. Las evacuaciones comenzaron alrededor de las 2 a.m. por los serios riesgos de propagación del gas de cloro. La Cruz Roja de Mississauga organizó varios centros de recepción para residentes evacuados, incluido uno en el popular centro comercial de Square One.
El enorme Centro Internacional en Airport Rd. se convirtió en un hogar temporal para miles de ciudadanos de Mississauga, cerraron negocios y fábricas, se detuvieron los trenes de cercanías durante varios días y se vaciaron los centros de salud para atender las emergencias.
Mississauga se convirtió en un modelo para la gestión de crisis por su respuesta eficiente y rápida. Pero la ciudad de 250. 000 habitantes estuvo muy cerca de vivir una tragedia irreparable. Como reconoció la ya entonces alcaldesa de la ciudad, Hazel McCallion, de haberse producido el accidente media milla más al sur “hubiéramos visto miles de personas aniquiladas».