Hay una esquina en el corazón de Monterrey que refleja perfectamente la vida de esta ciudad. Unos mugrientos adoquines se visten de alfombra y ven desfilar a todo tipo de personajes. Frente a las frías paredes de cemento que dibujan la arquitectura de la urbe, los automovilistas conducen apresurados mientras se las ingenian para esquivar los baches que emergen en su camino.
En la entrada de un edificio que sobresale a mano derecha, un par de oficinistas fuman un cigarrillo antes de iniciar la jornada laboral. El humo asfixia más de la cuenta el ánimo de los peatones que circulan a su alrededor. Cuando todos transitan con urgencia, hay un hombre que permanece estático.
El rostro de un país entero
Víctor, es el rostro de un país entero. Lleva 48 años trabajando en la informalidad, la mayoría de ellos en la misma avenida en la que hoy es franelero. Es huérfano desde los nueve e hijo adoptivo de la calle desde hace más de tres décadas. “Perdí a mis padres desde muy pequeño. Empecé a trabajar y nunca paré. A veces hay chamba y donde vivir, otras veces agarras una mala racha y te toca dormir por meses en la calle”, explica mientras recuerda aquel infierno que vivió tras la muerte de su familia.
Como él, 868.000 trabajadores se encuentran en condición de informalidad en el estado de Nuevo León, según la última Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del Instituto
Nacional de Estudios y Geografía. La cifra, que representa la realidad del primer trimestre de 2018, muestra un aumento de 8.5 por ciento respecto al mismo período del año anterior, lo que significa un 35.6 por ciento de la población ocupada del estado. A nivel nacional, el trabajo informal alcanza a 30 millones de personas, lo que representa un 56.7% de la población total ocupada. Los changarros informales como puestos de antojitos en la calle, la venta al por menor de ropa, las tienditas improvisadas de dulces y oficios como el de Víctor, aportaron en 2017 el 22.7 por ciento del PIB del país.
A su alrededor, comienza a formarse una sinfonía de la cuál es el orquestador. Suena un claxon. Le llaman. Víctor aparta del piso unas cubetas que le sirven para marcar su zona de trabajo y, al ritmo del famoso “viene viene”, dirige el movimiento del auto con el delicado baile de su franela. Así comienza su día.
Por las calles de Monterrey: una luz en un mundo sombrío
A unos 25 metros de donde se encuentra, esconde una bolsa de plástico donde guarda una botella de Coca Cola y una torta que comerá a medio día en la misma banca de siempre. Es alto, robusto, con el cuello salpicado de verrugas y está orgulloso de su barba de chivo, que no rasura porque dice darle un estilo de villano de película.
Se sabe de memoria las matrículas de los coches que custodia, la mayoría de ellos pertenecientes a empleados del gobierno. Algunos se lo agradecen y le dan una propina, pero la gran mayoría no le regala una mirada.
Las calles de Monterrey, hogar y trabajo
No recuerda con exactitud cuánto tiempo lleva laborando como cuidador de automóviles, pero es consciente del vía crucis que ha atravesado para hoy estar en una posición más estable. Él es uno de los pocos casos de personas en situación de calle que han podido superar la indigencia en la que se encontraba. “Cuando eres jóven es más fácil sobrevivir. Estuve en las peleas de establo, ibas, peleabas y te apostaban a ti. Afortunadamente me fue bien y con ese dinerito pude salir adelante. Es matar o morir”.
En la acera de aquella concurrida avenida, Víctor ha construido el único hogar que ha tenido. Ahí trabaja desde que tiene memoria. Un hombre de 57 años, trabajador y sin familia que, con fortuna y mucho esfuerzo, despertó de la pesadilla que vivía día con día. “A mí me enseñaron que el que se cae, se levanta. Toqué fondo, pero yo ya no podía vivir más en la calle y estar siempre drogado y con depresión. Hice hasta lo imposible por salir adelante. A mí nadie me ayudó, fui yo y nada más yo”.
Desde su lugar de trabajo se escucha la melodía que van formando los claxons y el ajetreo de las personas. Es una ciudad que no descansa. Una ciudad cuyas calles son su hogar.