La directora española Alba Sotorra ha presentado en el festival Hot Docs de Toronto su última película, Commander Arian, un duro documental sobre la vida de un grupo de guerrilleras kurdas que lucha contra el Estado Islámico en el norte de Siria. La película muestra uno de los hitos de este conflicto, la liberación del enclave de Kobane por estas mujeres, pero, sobre todo, pone el foco en la figura de Arian, la comandante que dirige la unidad de combate adscrita a la YPJ (Unidades de Protección de las Mujeres). Ella estuvo a punto de morir en el frente tras recibir cinco disparos. Su dolorosa recuperación y la íntima amistad que forja con la directora española, que estuvo cuidando de ella durante varias semanas, construye un relato paralelo en el que la amistad, las emociones, los silencios y la melancolía se mezclan con la crudeza de la vida en el frente.
La historia no ha sido amable con los kurdos, el «país mental» al que se refirió el periodista Enrique Vicién en el libro del mismo título. La película de Sotorra profundiza en el conflicto bélico a través precisamente de la mente de esas guerrilleras que han decidido sacrificar todo en sus vidas por una causa mayor: el feminismo y el final del patriarcado. En su lucha por recuperar la tierra de los kurdos está también la conquista de la igualdad de género y una nueva sociedad construida a partir de valores como la fraternidad, la justicia social y la solidaridad. El documental de Alba Sotorra ha sido alabado por público y crítica en Toronto. Además ha encontrado el respaldo de la numerosa comunidad kurda en la capital de Ontario, que asistió emocionada al estreno y compartió con su directora momentos de gran emotividad.
Esta no es la primera vez que la cineasta catalana se interesa por el Medio Oriente. En su anterior documental, el estupendo Game Over, narraba la vida de un mercenario español, obsesionado por los video juegos bélicos, que se va a Afganistan a vivir una experiencia real de guerra. En el frente descubre que la realidad no es tan emocionante como la de los juegos y abandona.
¿Cuál es la razón por la que decides mostrar la historia de estas guerrilleras kurdas en el norte de Siria?
Yo soy feminista y me parecía casi una responsabilidad como mujer, como feminista y como cineasta formar parte de este momento histórico que ellas están viviendo ahí. Había una parte de motivación egoísta porque yo quería estar ahí y compartir ese momento con ellas. Luego estaba mi parte como directora, yo quería ser partícipe y mi manera de hacerlo lógicamente tenía que ser a través del documental y desde mi pequeño círculo al que pueda llegar. Pero tenía claro que quería hacer algo profundo. A través del periodismo se le está dando mucha atención y se han hecho muchos trabajos pero creo que hacía falta algo desde el documental para mostrar esa realidad con otro tempo y otro espacio que permitiera contar las cosas desde el otro lado.
¿Qué es lo que ofrece el documental que no permite la crónica periodística?
Aporta una historia muy personal con la que te puedes identificar como mujer y como ser humano. Puedes simpatizar con el sacrificio que este grupo de mujeres, en el caso de mi documental a través de la figura de Arian, está llevando a cabo por una idea que es feminista y justa. Una de las cosas que quiero transmitir con el documental es que este sacrificio que están haciendo es injusto porque ellas están sometidas a un gran sufrimiento por defender su derecho a existir como mujeres en su tierra. Ya no solamente porque ellas luchan por proteger un territorio de una amenaza externa: su lucha es más grande porque quieren cambiar la realidad de las mujeres y es muy duro que el precio que estén pagando sea tan alto. Para mi la lucha de una mujer en cualquier parte del mundo es una lucha que también considero mía y tenemos que solidarizarnos. La fortaleza de estas mujeres es inspiradora: si ellas pueden hacerlo en esas circunstancias por qué no podemos hacerlo nosotras aquí.
Sin embargo te he leído en alguna entrevista que considerabas que al final la lucha contra una sociedad tan tradicional y patriarcal es una batalla perdida.
Realmente nunca he dicho eso, lo que pasa es que a veces te lo pueden poner en boca pero jamás lo diría. Es cierto que se trata de una lucha muy grande, interminable, pero no está perdida. De hecho, lo que ya han conseguido estas mujeres en su territorio es alucinante; ahora mismo en Rojava está funcionando un sistema político paritario en el que la mitad de los cargos políticos son mujeres. Es un gran logro que han conseguido en apenas cinco años. Es una lucha que tiene mucho sentido, que es muy justa, pero el precio que están pagando por defender sus derechos está siendo altísimo.
La guerra de Siria y el hecho que se esté alargando tanto tiene que ver con intereses económicos y políticos que están lejos de los objetivos por los que ellas están luchando en su pequeño territorio. El Estado Islámico está militarmente vencido, pero su mentalidad sigue estando presente, es una lucha muy compleja. Ellas sí que tienen una solución porque se trata de trabajar para cambiar la mentalidad y no, como se está haciendo ahora desde Occidente, con aviones que bombardean enclaves donde matan a militantes del ISIS pero también a familias que dejan a sus niños huérfanos, que después son carne de cañón del radicalismo. Una vez que el ISIS está vencido el principal enemigo al que ahora se enfrentan es el Estado turco, que siempre ha visto con gran recelo que las YPJ (Women Protection Units) y las YPG (People’s Protection Units), ganaran terreno dentro de Siria porque los consideran enemigos.
Decía esta semana el periodista John Lee Anderson que Siría se está utilizando como escenario de pruebas de una nueva guerra internacional en la que se están poniendo en juego, entre otros, los intereses de Estados Unidos, Rusia, Turquía o Israel.
Los que ahí se están enfrentando son potencias. Es como un tablero para determinar quién va a tener influencia en la zona y se la están repartiendo. Se podría decir que la zona kurda del norte de Siria podría estar bajo influencia de los Estados Unidos; la oposición está apoyada por Turquía, Qatar y Arabia Saudí; y luego está el gobierno de Bashar al Assad, que está apoyado por Rusia y por Irán. El verdadero problema es que a todas estas potencias no les interesa ahora ponerse de acuerdo. A Irán le conviene que Bashar al Assad piense que sin su apoyo no puede sobrevivir en el poder, por tanto le ayuda pero no le ayuda del todo. Igual que Rusia. Estados Unidos ayuda a los kurdos porque después de hacerlo con la oposición no logró construir un frente sólido contra el Estado Islámico. Les ayuda pero no tienen ningún interés en que el sistema que ellos proponen funcione. Te dabas cuenta de eso cuando hablabas con los soldados americanos, ellos viven muy ajenos a los verdaderos anhelos de los kurdos. Yo sigo teniendo fe en que el territorio de Siria algún día tenga diferentes zonas de influencia y que en el norte va a existir esta región de Rojava y va a prosperar.
Háblame de tus emociones a la hora de rodar este documental y de Arian, la mujer que te hizo cambiar el planteamiento inicial de tu trabajo y personalizar en ella la historia de las guerrilleras kurdas.
Siempre tuve en mente contar esta historia a través de la experiencia de dos o tres mujeres de alguna de las unidades que operan en la zona. De hecho a Arian la conocí muy pronto y siempre la tuve en mente. Y quería contar, sobre todo, el momento de la liberación de Kobane. Mi idea inicial era narrar de manera muy lineal el inicio y final de esta operación tan importante en el contexto de aquella guerra, mostrar su papel como libertadoras de aquel enclave. Pero lo que cambió realmente el foco de la historia fue que Arian cayó gravemente herida cuando yo estaba preparando el regreso a la zona para grabar algunas imágenes de recurso y una entrevista más en profundidad con ella, antes de finalizar el documental. Me llamaron y me dijeron que se estaba muriendo y por eso volví con tanta urgencia para estar con ella. Al principio dudé mucho si quería incluir esta parte de la historia porque mi documental ya estaba muy perfilado. Pero decidí quedarme, sobre todo, para ayudar a Arian porque estaba muy jodida, ella estaba en casa de una familia; la mujer, que tenía siete hijos, apenas podía atenderle como ella demandaba. Era un caos.
Me quedé a ayudarla, la peinaba, le cambiaba los pañales… Al principio no sacaba la cámara pero poco a poco, de una manera natural, ella me invitó a que lo hiciera y fue casi como una necesidad de las dos. Entonces el proyecto cogió otra dimensión; ya no era una historia colectiva de una misión militar de un grupo de mujeres en el Kurdistán sirio. Con el paso de los meses y de los años empecé a perder amigas que estaban en la película y que cayeron en el frente. Y la pregunta era: “¿qué es lo que te hace seguir y aguantar este grado de pérdida humana?” Si es duro para mi para ellas lo es infinitamente más porque representa la pérdida de la familia. Cuando tú entras a luchar en las YPJ entregas tu alma y tu vida por la lucha y esa unidad se convierte en tu única familia. Es todo lo que tienes. Esta entrega es algo que desde Occidente es muy difícil de entender porque somos muy individualistas y para nosotros nuestra vida es sagrada, no hay nada más importante. En una lucha colectiva la idea del sacrificio, que es lo que la película intenta mostrar, es la base de este movimiento político. Dar todo lo que tienes para una causa que está por encima de ti. Ellas no luchan solo para ellas sino también para el resto de mujeres. Ocurre otra cosa, cuando tú pierdes amigas o camaradas en la lucha, entonces tú no te puedes rendir porque sería aceptar que su muerte no ha servido para nada. Por eso debes seguir.
El hecho de que tu relación con Arian adquiriera un grado tan personal, ¿afectó de algún modo a la objetividad o equidistancia del documental?
Yo no creo en la objetividad, todo tiene un punto de vista. No me escondo, estoy dando una visión muy personal, soy yo mostrando a Arian. Para mí esto no es negativo, al revés, el punto de vista es muy importante para hablar de algo. Y es honesto tener un punto de vista. Lo que sí es verdad es que ha habido un trabajo de montaje muy largo, realizado por un montador excepcional que se llama Jesper Osmund, y ahí sí que en algunos lugares él ha ayudado mucho a que el relato sea más duro. Yo probablemente hubiera sido en algunos momentos más suave a la hora de mostrar algunas situaciones o hubiera tapado algunas otras cosas porque a mí me duele mucho también verlas, pero es ahí donde el trabajo del montador es clave para decirte: eso hay que explicarlo como lo sentiste, no como te gustaría sentirlo.
¿Cuál es la relación de ellas con los hombres?
Con sus camaradas es de total camaradería. Los hombres en la guerrilla tienen la misma ideología que ellas, son también feministas. El lema de estos hombres es: “el primer enemigo somos nosotros mismos, tenemos que matar al hombre que llevamos dentro”. Es un mantra para ellos, que llevan muy interiorizado. En su lucha libertaria ellos hablan de romper las cadenas a las que estamos atados por haber nacido en un lugar y en una cultura determinadas. Hay que liberarse de ello y encontrar tu fórmula personal, hablan mucho de ello.
¿Y cómo contempla el pueblo kurdo esta lucha feminista?
Ellas se inspiran en el filósofo Abdullah Öcalan, que es el líder del movimiento kurdo que está encarcelado en Turquía y que es muy admirado entre las mujeres porque es un declarado feminista. Por lo tanto hay una parte de la población que ya está convencida, que apoya las ideas de este filósofo. Se da una situación doble porque por un lado hay una gran admiración por estas mujeres porque ellas han dado la batalla contra el Estado islámico, y ellos han podido volver a sus pueblos gracias a que ellas han dado su vida para que esto pudiera suceder. Pero, obviamente, los hombres mayores son mas reacios, tienen miedo a perder su estatus. Hay un punto divertido porque llevan a los hombres a campos de reeducación para explicarles lo que es el feminismo, que tienen que ayudar a sus mujeres, colaborar en casa… Y cuando vuelven a sus casas una o dos semanas después sus mujeres se encuentran con hombres totalmente nuevos. Y ellas dicen: «no sé lo que habéis hecho pero gracias».
Muestras imágenes de gran intensidad en el documental, en las que algunas de ellas experimentan momentos de duda y melancolía…
Es normal, están en guerra y en un entorno muy hostil. Pero lo que muestran precisamente estas imágenes es que hay una relación super humana entre comandante y soldado. No es maternal, es de camaradería y todos los problemas emocionales se hablan. Hay un cuidado constante en tener en cuenta las emociones de las chicas, no es algo ideológico, es emocional. Se trata de darles fuerza para seguir. Arian en esas escenas está siendo dura pero a la vez está siendo tierna. El hecho de que todas estas cosas se hablen es muy importante para mantener la moral en medio de un conflicto bélico. Una escena que me gusta mucho es en la que Arian le pregunta a ellas, sin rodeos, ¿por qué estáis aquí? Tenéis que saber por qué estáis luchando. Este tipo de reuniones se realizaba a diario para hablar de las emociones y de los conflictos, incluso de los más básicos. Hay un aspecto psicológico de gran peso para mantener la cohesión en el grupo. También era interesante las discusiones feministas; cada día se leen escritos de mujeres feministas, anarquistas… Se lee y se discute mientras el Estado Islámico está amenazante muy cerca de ellas. Es un contraste muy fuerte.
¿Cuál es el peso ideológico de estas mujeres más allá del feminismo?
Tienen una idea libertaría pero en sus influencias leen sobre todo a Abdullah Öcalan y también a filósofos americanos, alemanes… leen todo, Marx…
¿Esta inquietud intelectual la has encontrado también en los hombres?
Sí, sí… Eso viene de atrás. Ellos son muy conscientes de que la suya es una lucha ideológica y que, por lo tanto, tienen que cultivar sus ideas. Que esto se construye leyendo y discutiendo, algo que hacen con mucha frecuencia después de cada lectura. Hay, claro está, diferente niveles culturales y te encuentras con chicas que cuando llegaron apenas sabían leer y otras que vienen de la universidad y que tienen la conciencia feminista muy intelectualizada. Pero todas acaban adquiriendo esa inquietud intelectual.
Encuentro cierto paralelismos, sobre todo en el plano ideológico, con las mujeres anarquistas que lucharon en el bando republicano durante la Guerra Civil Española…
Ellas llevan estampas, como si fueran de santas, pero de mujeres anarquistas. Reconocen a las anarquistas españolas y las admiran.
¿Qué referencias tienen de Occidente?
Ellas dicen que en Occidente las mujeres pensamos que existe una supuesta igualdad cuando en realidad no existe, y esto nos hace incapaces para poder luchar de verdad. Ellas creen en la internacional feminista, tienen muy arraigado que nos tenemos que unir todas y que si lo hacemos ya habremos ganado, habremos podido revertir el sistema patriarcal que domina el mundo desde hace 5.000 años. Llaman hacia fuera para que las mujeres se unan. Entienden que las luchas tienen formas diferentes pero en el fondo todas son la misma. Saben interpretar las diferencias de las mujeres en el mundo en función de los contextos y por eso son conscientes de la dificultad para entenderse. Para ello proponen abrir puertas de dialogo para el entendimiento.
Con las mujeres que más conectan en Europa son con las eco-feministas y anarco-feministas… Pero siempre surge un tema, que es el más complejo para las europeas, que es el de la sexualidad. En Europa ya habido la revolución sexual y allí no, pero ellas responden que nosotras hemos hecho la revolución sexual pero ninguna otra. No hemos hecho la política, no tenemos poder político ni económico. Los que toman las decisiones en Occidente siguen siendo los hombres. Ellas quieren hacer primero la revolución política y después la sexual, la relacionada con la liberación de los cuerpos. Por eso se entiende esa castidad, porque dicen que el poder puede colarse también a través de la sexualidad. Para relacionarse con un hombre a un nivel tan intimo primero quieren ser iguales, si no no quieren. Ponen primero el feminismo antes que la lucha de clases. Se ha cambiado la lucha de clases por la de género porque tienen claro que la primera que tiene que ser liberada y la que tiene que liderar la revolución es la mujer.
¿Cómo englobas tu historia, tan local, en el actual contexto mundial de movilización feminista a todos los niveles por lograr la igualdad de género?
Ellas llevan décadas luchando por lograr su objetivo pero en este momento actual de despertar feminista, hitos como la liberación de Kobane que ellas lideraron, se vinculan directamente con las movilizaciones feministas en todo el mundo. Pero lo que ocurre es que necesitan aprender a difundir su mensaje, a veces les digo que necesitan un experto en marketing para que se conozca su causa mejor y puedan conectar mejor con otros movimientos feministas en todo el mundo que son muy fuertes y tienen gran influencia. Hay muchas partes de su lucha que siguen siendo incomprendidas en Occidente.
¿Cómo fue la reacción de la comunidad kurda de Toronto el día del estreno del documental en el Festival Hot Docs?
Fue muy emocionante. Yo había ido primero al Centro Kurdo y estuvimos cantando y conversando. Quería invitarles personalmente y guardé entradas para ellos. Finalmente vinieron muchos más de los que esperaba. Mientras se proyectaba el documental los oía llorar, y yo también lloraba. Al principio incluso pensé que la película era demasiado dura y que quizá había mostrado escenas con demasiada crudeza. Pensé que tal vez podría haber mostrado una visión con más esperanza, más edulcorada. Pero cuando terminó la película me vinieron a abrazar y muy emocionados me dijeron que no habían visto antes una película que mostrara esa realidad desde dentro. Había conectado con algo que ellos habían vivido allí. Incluso había chicas que habían estado en la lucha y ahora vivían en Toronto. Fue emocionante.
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