Publicado originalmente en 20minutos.es
«Hemos visto lo peor del ser humano, y también lo mejor que esta ciudad y este país tienen que ofrecer». La frase, pronunciada este martes por un ex mando de la Policía de Toronto durante una entrevista en televisión, resume bien el sentimiento con el que la ciudad canadiense se está enfrentando a una tragedia que la ha sacudido de arriba a abajo.
El lunes, sobre la una y media de la tarde, un joven de 25 años llamado Alek Minassian arrolló de forma deliberada con una furgoneta a una veintena de peatones en la parte norte de la capital de Ontario. El balance, de momento, es de diez personas muertas y 14 heridas, algunas muy graves. Nadie en la ciudad recuerda nada parecido.
Hasta este lunes a pocos se les pasaba por la cabeza que las horribles imágenes de atentados y ataques similares en Europa u Oriente Medio pudiesen repetirse aquí. Las autoridades han descartado que haya sido un «acto terrorista», y los motivos de Minassian, aunque podrían estar relacionados con odio misógino, no están claros aún. Pero, sea como fuere, muchos sienten que la ciudad difícilmente podrá seguir siendo la misma, al menos, durante algún tiempo.
[perfectpullquote align=»right» bordertop=»false» cite=»» link=»» color=»» class=»» size=»»]Toronto parece haber salido reforzada del golpe, sin olvidar por ello el dolor de las víctimas y de sus seres queridos.[/perfectpullquote]
Y, sin embargo, de algún modo, Toronto parece haber salido reforzada del golpe, sin olvidar por ello el dolor de las víctimas y de sus seres queridos. Más allá de las habituales, e innumerables, muestras de apoyo en las redes sociales (unidas en la etiqueta #TorontoStrong, Toronto fuerte), o de las flores y velas depositadas por miles de ciudadanos en el lugar del ataque, no hay tertulia en la radio, entrevista en televisión o artículo en los periódicos que no destaque la ejemplar respuesta de unos ciudadanos que, en términos generales, han demostrado cómo la tan a menudo ridiculizada «excesiva moderación» canadiense puede ser un valor fundamental en situaciones como ésta.
Como señalaba este mismo martes en su editorial el diario local Toronto Star, el periódico de mayor tirada en Canadá, en las primeras horas tras el ataque, «la gran mayoría de la gente, aparte de los vergonzantes sospechosos habituales de las redes sociales, no apuntó a nadie ni culpó a nadie». «Que semejante violencia puediese ocurrir en el corazón de una ciudad que se considera a sí misma inmune a este tipo de cosas nos dejó, naturalmente, en estado de shock, pero no se percibía rabia ni se extendió el pánico», añade el diario. El alcalde de la ciudad, John Tory, se sumaba, también este martes, al sentimiento general y alababa a los torontianos por «haber mostrado lo mejor de sí mismos en nuestras horas más oscuras».
Multicultural y segura
No hay que olvidar que este tipo de mensajes son percibidos con una relevancia especial en una ciudad que se enorgullece de ser, según la ONU, la más multicultural del mundo, y de haber construido un modelo de convivencia que, a pesar de sus defectos y desafíos diarios, desmonta muchos de los argumentos xenófobos que, cada vez más, tienden a asociar multiculturalidad y delincuencia, inmigración y crimen, refugiados y terrorismo (la generosa acogida de Canadá a los refugiados sirios planeaba ya, sin duda, sobre las mentes de esos «sospechosos habituales»): en el el ránking de las ciudades más seguras que elabora cada año la revista The Economist, Toronto ocupa el cuarto puesto mundial, y el primero en Norteamérica.
También ha sido alabada, aunque no de forma unánime, la reacción de las autoridades, que han evitado desde el primer momento especular sobre cualquier dato hasta estar completamente seguras (para desesperación de la prensa), y han mantenido, en general, un perfil bajo en su protagonismo durante la crisis, alejadas de la tentación de buscar un aprovechamiento político.
Junto con la de los miembros de los servicios de emergencias que acudieron al lugar del atropello, la reacción más admirada ha sido, en cualquier caso, la de un solo hombre: el policía que arrestó al presunto autor de la matanza sin disparar un solo tiro, pese a encontrarse en una situación en la que, especialmente en el lado sur de la frontera, el sospechoso suele acabar en el suelo, acribillado a balazos. Más aún si, como en este caso, está pidiendo a gritos al policía que lo mate.
[perfectpullquote align=»right» bordertop=»false» cite=»» link=»» color=»» class=»» size=»»]En el el ránking de las ciudades más seguras que elabora cada año la revista ‘The Economist’, Toronto ocupa el cuarto puesto mundial, y el primero en Norteamérica.[/perfectpullquote]
La contención y la profesionalidad del agente Ken Lam (su nombre solo salió a la luz horas después, revelado por los medios de comunicación) han supuesto, además, un bálsamo para un cuerpo policial, el de Toronto, que lleva meses recibiendo duras críticas por cómo ha gestionado casos recientes como el del asesino en serie Bruce McArthur o el del matrimonio formado por los multimillonarios Barry y Honey Sherman, asesinados el pasado mes de diciembre en su mansión del norte de la ciudad.
Primavera rota
El hecho de que la matanza ocurriese en mitad de un espléndido día soleado contribuyó, más aún si cabe, a ensombrecer el ánimo de los torontianos. En semejantes circunstancias puede parecer una frivolidad hacer una referencia al tiempo, pero, en este caso, no lo es. Porque el tiempo, en una ciudad que se las ve cada año con meses interminables en los que el termómetro permanece bloqueado en registros negativos, es, también, un estado de ánimo.
El fin de semana anterior, los torontianos habían sufrido el último coletazo del invierno, con temperaturas bajo cero, lluvia helada, nieve, viento, calles intransitables y comentarios generalizados de «cuándo va a acabar esto». Este lunes, al fin, la ciudad parecía estar estrenado la tan ansiada primavera. Trece grados, cielo azul, sol… La gente aquí no necesita más para salir a la calle y hacer cola en las terrazas de los bares, y eso es algo que esa mañana se palpaba en el ambiente; algo, que, sin duda, contribuyó a que la zona entre las calles Yonge y Finch donde ocurrió el atropello, un área con numerosos comercios y restaurantes, y en la que hay también una importante salida de metro, estuviese especialmente concurrida a esa hora, la hora de la comida.
En primavera, Toronto recupera sus calles y no las suelta hasta que le obliga a ello el frío que empieza a asomar ya a principios del otoño. Los habitantes de esta ciudad aman sus calles y se saben, o se sabían, seguros en ellas. El lunes, las mismas cadenas de televisión locales que entrevistaban a la gente en esas calles a propósito del buen tiempo pasaron, en cuestión de minutos, a mostrar ambulancias, coches de policía, cuerpos tendidos en la acera, testimonios de testigos al borde de las lágrimas. Y, después, también en cuestión de minutos, viandantes que auxiliaban a los heridos, vecinos que sacaban mesas con agua y comida a la puerta de sus casas, y torontianos anónimos de todas las razas que empezaban a depositar velas, flores y textos manuscritos de condolencia y unidad en el memorial improvisado en el lugar de la tragedia. Entre los mensajes más repetidos, «Toronto, love for all, hatred for none» (Toronto, amor para todos, odio para nadie).