El hostigamiento sexual hacia las mujeres ha existido desde siempre en todos los continentes y en sus diversos grados y formas.
Durante décadas las feministas europeas y latinoamericanas lucharon por denunciarlo, por hacer que se reconozca socialmente como una conducta reprobable que conlleva una presión de poder y por hacer que se tipifique como delito.
Cuando hablo de hostigamiento no me refiero a piropos, galanteos, señalamientos masculinos hacia los buenos atributos físicos femeninos. No.
El hostigamiento sexual es una forma de ejercer un poder en donde generalmente un hombre con un cargo importante acosa a las mujeres a su alrededor buscando un acercamiento sexual bajo la amenaza —incluso no dicha— de que de no acceder perderá su empleo o no conseguirá el papel que busca protagonizar.
Quizá también haya acoso de una mujer poderosa a un joven, pero estos casos son mínimos comparados con los perpetrados por hombres. Estoy segura de que muchas de las lectoras habrán sufrido alguna vez algún tipo de acoso sexual. Cuando el tema sale en una mesa de mujeres, los testimonios no cesan.
Tuvieron que pasar muchas décadas —y desafortunadamente muchas víctimas— para que el tema del hostigamiento sexual se viera socialmente como lo que es: una situación de abuso, de dominio.
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Las multitudinarias acusaciones contra el productor Harvey Weinstein, desataron una ola de «MeToo» (yo también). Cientos de mujeres comenzaron a denunciar haber sido víctimas de este tipo de conducta y el problema dejó de ser sólo un asunto de mujeres para pasar a ser un problema de toda una sociedad en donde en la era digital y de avances tecnológicos las mujeres siguen siendo presionadas sexualmente.
La fuerza del movimiento #MeToo, que llevó recientemente a las estrellas de Hollywood a vestirse de negro en la entrega de los Globos de Oro, como un acto solidario, muestra la dimensión del problema: un hostigamiento que permanecía velado, oculto, aceptado y sufrido por miles de mujeres.
En la era de los hashtag, las mujeres actrices, profesionistas, amas de casa, empresarias, activistas, feministas, estudiantes, trabajadoras se han unido a la campaña del #MeToo para denunciar el acoso sexual, para motivar a otras mujeres a denunciarlo y salvar a las nuevas generaciones de pasar por algo así.
Seguramente las feministas de los 70 y 80 no se imaginaban que algún día brotaría el problema entre el glamur de Hollywood y se volvería «viral».
A estas alturas del problema no importa que la cloaca haya sido destapada en Hollywood. Lo valioso es que se habla del asunto, se está reconociendo que ninguna persona con un poder de dinero o responsabilidad jerárquica tiene derecho a presionar sexualmente a ninguna otra persona.
Hace por lo menos 20 años en México una noticia de acoso sexual ni siquiera ocuparía algún espacio en los medios, o quizá unos cuantos párrafos. El hecho de que ahora esta conducta común, repetitiva, amenazante del hostigamiento esté en los noticiarios televisivos prime time significa mucho.
Significa que mucho se ha avanzado en las campañas de denuncia y que hay más sensibilización en los medios respecto a la gravedad de esta conducta repetitiva a todos los niveles. Esta sensibilización se ha visto favorecida porque hay más mujeres en los medios de comunicación y en cargos de dirección.
Sin embargo, la tarea no está terminada. Mientras siga habiendo hostigamiento seguirá habiendo movimiento #MeToo. Es responsabilidad de mujeres y hombres denunciar esta conducta, apoyar a quien la está sufriendo y llevar a los perpetradores ante la justicia.
#MeToo.