Desaparecer a un hombre era tan fácil como tacharlo de guerrillero, drogadicto o gay, y si era mujer bastaba con decir que no había querido acostarse con algún comandante paramilitar o que era pareja de un líder de izquierda. La desaparición forzada en zonas como el Magdalena Medio, en el centro de Colombia, fue utilizada como un método efectivo para generar terror y paralizar a los ciudadanos. Fue el resultado de «la dificultad estatal para dar respuesta a las demandas de los pobladores y de frenar la violencia, que llegó a una degradación extrema a causa de la disputa entre los diferentes actores armados por el control del territorio y de su población», señala el informe Memoria de la infamia del Centro de Memoria Histórica.
El documento, presentado este jueves en Bogotá, recoge por primera vez testimonios de 128 familias de desaparecidos en esa región del país. Madres, hermanas, esposas, hijas. Mujeres que tuvieron que enfrentarse a la incertidumbre y a la pasividad de las autoridades. Hubo 60.630 víctimas de desaparición entre 1970 y 2015 en todo el país y hasta 2013 en solo diez municipios del Magdalena Medio se registraron 2.627 casos.
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