En mi último viaje de vacaciones a Colombia quedé más que sorprendida al ver el creciente número de centros comerciales, las grandes marcas allí presentes, que no tienen nada que envidarle a los shopping malls en Canadá, y la cantidad de compradores. Pero lo que más me asombró fueron las conversaciones con mis compañeros del colegio o de la universidad. La mayoría de ellos ya tienen mínimo dos o tres viviendas propias o las están terminando de pagar.
Esto me llevó a investigar sobre lo que estaba pasando en el país suramericano y confirmé lo que dice The Economist, “en Colombia la clase media no ha crecido sino ha explotado”, pero de inmediato me surgió la pregunta: ¿Será sostenible esta mejoría o es una clase media muy vulnerable? La respuesta es ambigua. Si se analizan los indicadores económicos y sociales de los últimos quince años, se podría concluir que es sostenible, pero no estoy segura si lo es a largo plazo.
De acuerdo con los datos arrojados por el Departamento Nacional de Estadísticas de Colombia (DANE), más de 4 millones de personas ascendieron en la escala social, al tiempo que los ingresos de la clase menos pudiente crecieron un 9% y el nivel de los más ricos aumentó un 2%, lo que indica que los más ricos están aumentando sus ingreso a una velocidad menor que los menos favorecidos, es decir; que se están reduciendo las brechas.
Por su parte, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que también publicó un estudio recientemente sobre mismo tema, asegura que en este momento más de la mitad de los colombianos ya forma parte de la clase media. Este comportamiento se debe principalmente al crecimiento económico sostenido que ha experimentado Colombia en la última década, la reducción del desempleo, el aumento de las inversiones en sector productivo y la inversión social de los últimos gobiernos.
Los números lo confirman
Revisando las cifras de la última Encuesta de Calidad de Vida realizada por el DANE y publicada el 16 de marzo de 2017, el 43% de los hogares habita en vivienda propia totalmente pagada, 70% tiene TV por suscripción, 46% de los hogares tiene Internet, 63% de las personas tiene teléfonos inteligentes y la educación mínima en la ciudad es 10 años de escolaridad (en la áreas rurales es 8 años). Todos estos indicadores son un reflejo de que la distribución de la riqueza está mejorando.
Pero es necesario aclarar que en Colombia la riqueza no se mide por la cantidad de casas con piscinas o grandes jardines, como sucede en Europa o en Norte América. Tal como lo explica Rafael de la Cruz, representante del BID en Colombia, lo que sucede es que hay un grupo de personas que superó la pobreza y que puede destinar parte de sus ingresos a adquirir bienes materiales, es así como la clase media compra casa y carro, tiene tarjeta de crédito y teléfono inteligente y puede pensar en la educación de sus hijos y en la seguridad de su familia.
Esto se confirma al analizar el comportamiento crediticio del sistema financiero. De acuerdo con el balance de la Asociación Bancaria de Colombia (Asobancaria), los préstamos para compra de vivienda, libre inversión y consumo (tarjeta de crédito) siguen aumentando anualmente y lo más importante es que la calidad del riesgo de la cartera es muy favorable, es decir, que los préstamos se pagan en los plazos convenidos.
Un aspecto que es importante resaltar de esta expansión de la clase media es el cambio de mentalidad, y digámoslo de alguna manera, de preocupaciones. Lo primero que se percibe es una sociedad más cosmopolita e interesada por lo que sucede en su ciudad, en el país, en la región y en el mundo, lo que lo hace más crítico y partícipe en temas electorales y sociales porque sus inquietudes han cambiado.
Según la Comisión Económica para América Latina (Cepal), Colombia es el tercer país entre las siete economías más grandes de la región que más ha reducido la desigualdad desde el 2010, superado por Argentina (aunque con datos a 2012) y Perú.
Las alertas
Las noticias son indudablemente muy buenas, sin embargo son muchas las alertas que se han levantado, en especial a partir de este año con el aumento del impuesto a las ventas del 16 al 19%, lo cual, aunque el gobierno no lo quiera reconocer, es un impuesto regresivo. De hecho, ya se están percibiendo sus efectos porque golpea al consumo directamente. Según la Federación de Comerciantes de Colombia (Fenalco), en febrero hubo un aumento en el número de propietarios de almacenes, centros comerciales, restaurantes y similares que reportaron una caída en las ventas. Dicen que éste fue el peor febrero desde 2013. A su vez, Asobancaria advierte de que es muy posible que el crédito de consumo caiga debido a la moderación en las compras por parte de los hogares. Lo cual sin duda terminará traduciéndose en un sabor de inseguridad en el desarrollo económico del país.
También se debe tener en cuenta la incertidumbre que se está generando ante el proceso electoral del año siguiente y el futuro del proceso de paz con las FARC y las negociaciones que se adelantan con el ELN. El mensaje que se ha enviado a la comunidad internacional es que los movimientos opositores paralizarán el proceso de paz si alcanzan el poder. Esto, sin duda, tendrá consecuencias en materia de inversión y expectativas y terminará aporreando la generación de empleo y de riqueza para el país, dando un golpe fulminante para esa clase media vulnerable que está en el filo de la navaja.