¿Fue Castro el dictador favorito de los canadienses?

El líder cubano se enfrentó con éxito a los Estados Unidos, y eso le revistió de una aura mítica que despertó las simpatías de muchos canadienses; el primero de ellos, el ex primer ministro Pierre Trudeau.

El líder cubano Fidel Castro conversa con el lanzador canadiense Dave McGowan (derecha) y con el segundo base Jean Pierre Lauzon antes del inicio de la Serie Mundial de Béisbol. Foto cortesía de ‘Maclean’s’

Es la frase que con más frecuencia se ha repetido en las horas posteriores a la muerte de Fidel Castro: probablemente fue el dictador favorito de Canadá.

Los canadienses seguramente nunca aprobaron los métodos utilizados por Castro para gobernar Cuba. La censura a la prensa y la libertad política, su insistencia en que los sindicatos fueran administrados por el gobierno y las prácticas arbitrarias de sus tribunales revolucionarios no hubieran tenido nunca encaje en la Canadá democrática y diversa.

Pero se enfrentó con éxito a los Estados Unidos y eso le revistió de una aura mítica que despertó las simpatías de muchos canadienses; el primero de ellos el ex primer ministro Pierre Trudeau. Castro nacionalizó las empresas estadounidenses y luchó contra una invasión respaldada por Estados Unidos que, sin duda, suponía una intromisión en la soberanía nacional de Cuba. Introdujo la asistencia médica universal y facilitó el acceso de los cubanos a la universidad. Esos logros dejaron en un segundo término con frecuencia su lado más oscuro y tenebroso, y los canadienses se lo perdonaron con cierta indulgencia.

Es cierto que muchos canadienses están de acuerdo con la líder interina conservadora Rona Ambrose, quien emitió una dura declaración el sábado en la que aseguraba que el de Castro fue un «régimen largo y opresivo». Pero no es menos cierto que millones de canadienses se sintieron más identificados con las declaraciones del primer ministro (que tanto revuelo han causado fuera del país), que afirmó que el dictador fue «una gran figura que sirvió a su pueblo durante casi medio siglo».

Trudeau, ante el revuelo causado por sus palabras, ha tenido que reconocer públicamente en las últimas horas que Castro, efectivamente, «fue un dictador», aunque la sordina no ha servido para maquillar sus evidentes simpatías por el líder fallecido. De hecho, el primer ministro hizo una visita oficial a la isla caribeña hace tan solo dos semanas, algo que sólo había realizado con anterioridad su propio padre en 1976. Los Trudeau nunca ocultaron su fraternal relación con Castro.

Para toda una generación la revolución de Castro en 1959 fue un acontecimiento mítico que inspiró a otros movimientos revolucionarios. Nelson Mandela modeló su lucha contra el apartheid en Sudáfrica siguiendo la estrategia de la guerra de guerrillas castrista. Es un hecho histórico que el triunfo de la revolución en Cuba dio esperanza a los opositores de las dictaduras de derechas en toda América del Sur y Central.

Pero Castro también inspiró a quienes buscaban formas más pacíficas de contrarrestar la hegemonía estadounidense. Mostró que era posible que un país del hemisferio occidental existiera fuera de la órbita de Washington. A finales de la década de 1960, las llamadas Brigadas Venceremos reclutaron a decenas de estudiantes de las universidades canadienses para viajar a Cuba y ayudar a cosechar la caña de azúcar. Para esos jóvenes estudiantes el Che Guevara se convirtió en un símbolo emblemático de la lucha contra los privilegios de clase.

Gran parte de la adoración que generaban Castro y sus compañeros barbudos tuvo grandes dosis de ingenuidad. La revolución tuvo éxito no sólo por la audacia de Castro, sino porque la economía cubana fue apoyada por la antigua Unión Soviética.

Che Guevara pudo haber impresionado a los jóvenes canadienses como un símbolo de la revolución. Pero pronto se convirtió en un icono más estético que ideológico. Los “potenciales rebeldes” canadienses llevaban en aquellos años boinas caladas al estilo del Che y mostraban carteles del revolucionario argentino en las paredes de sus residencias universitarias.

Pero también hubo algo épico en la negativa de Castro y de Cuba a ceder ante la presión norteamericana, circunstancia que supieron transformar en eficaces campañas de propaganda. Sobrevivieron al embargo comercial de los Estados Unidos y lucharon con éxito contra la invasión de Bahía de Cochinos de 1961 apoyada por Estados Unidos. Castro mismo escapó a numerosos intentos de asesinato, algunos de ellos realmente estrambóticos, casi siempre con el sello de la CIA y sus secuaces. Todo eso fue visto en Canadá, y en otros muchos países, como si se tratara de una película de grandes conjuras entre buenos y malos.

En 1962, la decisión de Castro de instalar misiles soviéticos en Cuba llevó al mundo al borde de la guerra nuclear. Pero también fue una gran victoria para el líder cubano. A cambio de que los soviéticos eliminaran estos misiles, los Estados Unidos prometieron no volver a invadir Cuba, una promesa que mantuvieron, al menos en las formas. Castro finalmente murió en la cama con 90 años.

A lo largo de todo este tiempo, la actitud de los sucesivos gobiernos conservadores y liberales canadienses hacia Castro ha sido de un gran pragmatismo. Canadá nunca se unió al embargo de Estados Unidos. Tampoco siguió a su vecino del sur cuando rompió relaciones diplomáticas con La Habana. Siempre mantuvo un perfil propio pese a las presiones de los estadounidenses. Fruto de esta independencia ha sido la estrecha y fructífera relación comercial entre los dos países. Las empresas canadienses han operado de manera rentable en la Cuba comunista y desde hace algunos años Canadá es el primer emisor de turismo en la isla caribeña.

Los primeros ministros liberales, especialmente Pierre Trudeau, eran abiertamente amigos del revolucionario cubano. Los primeros ministros conservadores, aunque más circunspectos, siguieron esencialmente el mismo camino. Fue a través de la mediación del ex primer ministro Stephen Harper como se fraguó el deshielo de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, un principio de acercamiento que sigue siendo un cúmulo de incertidumbres. Con Fidel Castro muerto, ¿puede sobrevivir Cuba como país socialista? ¿Quiere hacerlo? ¿O se rendirá a las luces del capitalismo y el consumo? ¿Con Fidel Castro muerto, los Estados Unidos del impredecible Donald Trump olvidarán sus viejos planes de invasión? Castro era un líder carismático de corte clásico. Cuando están vivos, esos líderes pueden mantener unidos a países frágiles. Piensen en Tito y Yugoslavia. Pero cuando mueren, dejan un agujero enorme.

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