Apuntes sobre ser ‘Latino’

Más allá del color de piel, y hasta de la primera lengua que aprendimos en la infancia, ¿la esencia del latino radica en el espíritu? El autor nos presenta varias referencias claves en torno a este vocablo multidimensional y que pueden responder a esta pregunta.

Latinos
Fuente: emorales7.files.wordpress.com

Resulta curioso (y a la vez interesante) percatarnos de cómo, en nuestra vida cotidiana, a menudo usamos vocablos asumiendo que nuestros interlocutores los comprenden del mismo modo en que nosotros los emitimos, cuando en realidad estos pueden adquirir un cariz diferente dependiendo de la persona que los enuncia (o escucha), del contexto en que se utilizan, e inclusive de la época en que se emplean.

Hace unos días, conversando sobre sus desventuras amorosas, un amigo rumano-canadiense (nacido en Bucarest, asentado en Montreal) me decía “you know it from your own experience… We, the Latins, are very impulsive” [Lo sabes por experiencia. Nosotros, los latinos, somos muy impulsivos]. Y aunque tal frase me produjo un disimulado desconcierto, lo cierto es que minutos después me percaté de la validez de su aseveración, pues el pueblo rumano, como otros pueblos europeos, heredaron su lengua del latín vulgar, y por lo tanto, al ser yo un hispanohablante nativo, también pertenezco a la enorme familia lingüística de las lenguas romances (también conocidas como lenguas románicas o neolatinas).

Así, y yendo más allá del aspecto lingüístico, lo que me incita a escribir este artículo es el grado de identificación y el sentido de pertenencia que genera el vocablo ‘latino’, y en específico, su derivado contemporáneo: el vocablo ‘latinoamericano’, mismo que actualmente posee una connotación propia, vastísima en historia, ubicación y expansión geográfica, rasgos etnológicos y demográficos, factores socioculturales, indicadores socioeconómicos e incluso en reivindicaciones políticas.

I. Latino, del Lacio

Si atendemos a la raíz etimológica del término ‘latino’, hallaremos que se utiliza en primera instancia para designar al pueblo de la región del Lacio (en italiano Lazio y en latín Latium) situada en el centro-oeste del estado independiente que hoy en día conocemos como Italia. Fue precisamente en el Lacio histórico en donde se gestó de modo arcaico, hace unos 2800 años, una lengua indoeuropea: el latín, que eventualmente alcanzaría su mayor esplendor –en su vertiente vulgar– bajo el auspicio del Imperio Romano, llegando a constituirse como la lingua franca, es decir, la lengua estandarizada de las legiones militares y de los pueblos sojuzgados.

A pesar de tener un uso corriente entre el vulgo (militares y campesinos, y posteriormente, entre los padres fundadores de la Iglesia), hacia la Edad Media, el latín vulgar hubo de evolucionar y diversificarse, dando lugar a nuestras lenguas neolatinas, las cuales también han evolucionado a través de los siglos (e incluso algunas de ellas, como el dálmata o el mozárabe, “han muerto”).

Actualmente, coexiste casi una treintena de lenguas neolatinas (entre los lingüistas no hay un número consensualmente aceptado, pues unos consideran a algunas de entre ellas como simples variantes de otras, mientras que el resto les otorga una categoría propia). Pese a esto, en términos del número de hablantes, las lenguas neolatinas más extendidas en el orbe son cinco: el castellano, el francés, el portugués, el italiano y el rumano. No por ello deben olvidarse otras lenguas utilizadas por miles o incluso millones de hablantes en diversas regiones europeas, todas ellas prominentes en diversos contextos socioculturales del complejo panorama geopolítico actual, como es el caso del catalán, valón, corso, sardo, occitano, gallego, aragonés, romanche, ligur, friulano, siciliano, aranés, provenzal y el ladino.

Además, cabe destacar la supervivencia de la lengua “madre” de todas ellas: el latín, que contrario a ciertas concepciones erróneas, no es una lengua muerta (pues una lengua muere cuando no existe ni un solo hablante que la utilice o la comprenda). Por el contrario, el latín es la lengua oficial del Vaticano, y es empleada como lengua académica, científica y litúrgica en un sinnúmero de organismos, instituciones y comunidades alrededor del mundo.

Luego entonces, en lo tocante a la lengua, podemos decir que toda persona que nace y crece hablando una lengua romance (o que se expresa primordialmente en latín, si existiese el caso), es un latino.

Rosa Galvez, actual senadora canadiense de origen peruano. Foto: Innovation Canada

II. ‘América Latina’: las cartas de Chevalier y la ‘latinidad’ de Torres Caicedo

¿Quién forjó el término ‘latinoamericano’? ¿Acaso fue Simón Bolívar, durante el siglo XIX, en su visionario intento de unificar varias naciones nacientes del continente bajo un solo estado soberano? No. Ni tampoco fue el explorador prusiano Alexander von Humboldt –aunque bien podría considerársele como un precursor al haber identificado un continente americano repartido entre tres grandes potencias europeas: una proveniente de raíz anglosajona, lengua inglesa y religión protestante al norte, y otras dos ibéricas, de lenguas española y portuguesa, y religión católica al sur. Años más tarde, el viajero Alexis de Tocqueville sustentaría las aseveraciones de Humboldt, lo cual alentaría la necesidad de otorgar un nombre específico a los territorios gobernados (aún) por España y Portugal.

Aunque hay un debate añejo sobre quién concibió el término ‘latinoamericano’, existe cierto consenso al señalar que éste fue empleado y difundido en Europa occidental desde los albores del siglo XIX, durante el periodo napoleónico, pues precisamente, la aristocracia parisina que en aquel entonces se encargó de promover la idea de una “latinidad” presente en América, con el fin de destacar la influencia del emperador Napoleón I, así como la de su hermano José Bonaparte (rey de España durante los años decisivos para la emancipación de algunas naciones latinoamericanas, como Argentina, México y las provincias de Centroamérica). De esta forma, al establecer un término para resaltar la supremacía de Francia (potencia “latina” de la época) se evidenciaba el poderío que el imperio de los Bonaparte ejercía, superior y más efectivo al de las trece colonias norteamericanas recientemente independizadas del rey demente Jorge III del Reino Unido.

Aunque hay un debate añejo sobre quién concibió el término ‘latinoamericano’, existe cierto consenso al señalar que éste fue empleado y difundido en Europa occidental desde los albores del siglo XIX, durante el periodo napoleónico.

Por su parte, la historia escrita arroja un testimonio irrefutable: el del economista y político francés Michel Chevalier, quien en 1835 hizo mención en su correspondencia personal de una ‘América Latina’, claramente diferenciada –por su composición étnica y religión– de la América anglosajona. Hacia mediados del siglo XIX, y ya como pensador panlatinista y consejero de Napoleón III, Chevalier afianzó sus ideas en diversas obras, siempre como argumento para justificar una expansión cultural y territorial francesa, aunque nunca llegó a acuñar explícitamente el término ‘latinoamericano’.

Años más tarde, la idea de una ‘América Latina’ sería retomada y ampliada por el diplomático colombiano José María Torres Caicedo, quien ahondó en las características raciales (la preponderancia de pueblos mestizos), geográficas (la ubicación al centro y sur del continente) y religiosas (el catolicismo) que la identificaban y la constituían­, en contraparte a la América anglosajona. Fue así como otorgó sustento al término ‘latinidad’.

Desde entonces, la gran mayoría de los habitantes quienes nacimos en países americanos colonizados por Francia (como Haití), Portugal (como Brasil) y España (como Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela), hemos aceptado (con cierta complacencia) el mote de ‘latinoamericanos’.

Y de aquí se desprende un aspecto importantísimo: al ejercer la economía de la lengua hablada, tendemos a reducir el término ‘latinoamericano’, reemplazándolo simplemente por ‘latino’, lo que genera una confusión entre ‘lo latino’ referente al Lacio o a las lenguas romances, y ‘lo latino’ referente a Latinoamérica.

Josefina Blanco fue elegida concejala de Lorimier, Montreal, en el 2017; es de origen argentino. Foto: César Salvatierra

III. Latinidad=complejidad: asuntos de identidad, diversidad y movilidad

Únicamente tomando en cuenta a los países independizados de Portugal, España y Francia anteriormente mencionados, Latinoamérica constituye una macro-región del mundo que en el año 2016 contabilizaba alrededor de 625 millones de seres humanos. Por lo tanto, es obvio que existan muchas divergencias al concebir e intentar definir lo que es la ‘latinidad’ en nuestros días. Resulta evidente que los tiempos de Torres Caicedo quedaron atrás y que sus postulados han sido ampliamente rebasados. Por ejemplo, el mestizaje ocurrido en México, Guatemala o Perú no es el mismo que el de Argentina, Uruguay y Brasil (países con destacadas poblaciones de origen europeo, producto de diversas olas migratorias). Por ende, es comprensible que muchos individuos de estas naciones no se consideren a sí mismos como ‘latinoamericanos’.

Tampoco debiera constituir un factor válido –en la opinión de quien escribe estas líneas– reducir la ‘latinidad’ en el año 2017 únicamente a 21 países independientes (o semi-independientes, en el caso de Puerto Rico), siendo que de acuerdo con la definición propuesta, varias dependencias francesas en nuestro continente (Martinica, Guadalupe, San Martín, San Bartolomé, San Pedro y Miquelón así como la Guyana francesa) merecerían ser consideradas como regiones latinoamericanas, al igual que California, Nevada, Arizona, Nuevo México, Texas, Luisiana y Florida, estados de la Unión Americana que guardan fuertes lazos históricos y socioculturales con España, Francia y México, y que actualmente albergan importantes comunidades de origen y tradiciones latinoamericanas.

Arriesgarnos a categorizar las identidades culturales de nuestras comunidades con base al espacio territorial en donde nacieron sus individuos no debería ser un argumento válido en el siglo XXI.

Mención aparte merece Haití: único país independiente de la América insular que fue colonizado por Francia, habitado por una mayoría de afrodescendientes y donde predomina el kreyòl (creol o criollo haitiano) como lengua común. Este conjunto de particularidades ha llevado a cuestionar a más de uno (incluyendo a los propios haitianos) su pertenencia a una mancomunidad latinoamericana.

Ciertamente, nos encontramos inmersos en tiempos transculturales. Arriesgarnos a categorizar las identidades culturales de nuestras comunidades con base al espacio territorial en donde nacieron sus individuos no debería ser un argumento válido en el siglo XXI. Las fronteras de las naciones históricas y de los estados soberanos han cambiado de una época a otra, y de ninguna manera constituyen demarcaciones inmutables. Tan solo pensemos en las diásporas de emigrantes: por ejemplo, los ‘nuyoricans’ (puertorriqueños nacidos o establecidos en la ciudad y estado de Nueva York), o los chicanos (estadounidenses descendientes de mexicanos, portadores de rasgos lingüísticos y culturales propios, decisivos en la configuración sociopolítica actual de los Estados Unidos de América).

Inclusive, con el afán de ampliar el debate, podríamos pensar en aquellas naciones históricas que heredaron una lengua latina y se establecieron en el continente americano (notablemente los casos de Acadia y Quebec), pero que sin embargo carecen mayoritariamente de un tercer elemento “forjador” de la identidad latinoamericana: el relativo al mestizaje de sus pueblos indígenas, africanos y europeos.

Hasta aquí, y tal como podemos apreciar con respecto al término ‘latinoamericano’, lejos de producir un sentido general de pertenencia, éste abre más bien una pauta a diversos interrogantes, divergencias intelectuales y controversias identitarias.

IV. El caso de Quebec y los “latinos del norte”

Fue en el año de 1974 cuando el sociólogo y antropólogo quebequés Marcel Rioux mencionó por primera vez del término ‘latinos del norte’, en el marco de un ensayo etnográfico (Les québécois) destinado a aportar algo de luz sobre los rasgos culturales e identitarios de los quebequeses.

La intención de Rioux era proveer una visión histórica de la nación quebequesa, atendiendo a factores como el uso y apropiación de la lengua francesa, la influencia del catolicismo en la vida cotidiana, las tradiciones orales primigenias, e incluso el humor, como propulsores de una cultura que pasó del anquilosamiento al cambio social a partir de la década de 1960, mediante la Révolution tranquille.

Sin embargo, y como ha profundizado el sociólogo argentino-canadiense Víctor Armony, el término ‘latinos del norte’ (haciendo referencia al pueblo quebequés), constituiría una pretensión carente de sustento histórico, etnológico y sociocultural, al ser una reapropiación de identidad del pueblo quebequés retomada en el terreno político en el año 2001, por el entonces premier de la provincia, Bernard Landry, durante la alocución de bienvenida de un encuentro panamericano.

No obstante, en una sociedad tan multicultural como la canadiense y la quebequesa (sobre todo en las grandes ciudades), donde la transculturalidad de sus ciudadanos se vuelve palpable ya no en el origen étnico ni en la filiación ideológica, sino en cada gesto, en la manera de expresarse y de interactuar con el prójimo, así como en el interés y la fascinación por lo ‘latino’, cabe hacer una reflexión: ¿sólo debe considerarse como “genuinamente latinoamericano” a quienes nacieron y crecieron en una determinada nación, región o comunidad? La realidad nos ha superado. Ser y sentirse latino, va más allá de haber nacido en tal o cual coordenada. En nuestros días, es totalmente válido decir que existen los latinos del norte, como existen los del sur, los del este y los del oeste… O los que viven deslizándose a través de varios puntos cardinales.

Merling Sapene, hispanacanadiense fundadora de M-Transition, especialista en temas de integración y liderazgo, es de origen venezolano. Foto: Facebook

V. Ser latino en la latinidad: Un estado del espíritu

Para una persona mestiza, ¿dónde comienza el europeo y termina el indígena o el africano? Para una emigrante, ¿qué tiene más sustento, importancia y el recuerdo del terruño, o el logro personal y el sentimiento de pertenencia a la nueva comunidad? Para alguien canadiense –de etnicidad europea o autóctona– quien se interesa, queda fascinado y literalmente “se enamora” de ‘lo latino’, ¿es posible negarle su dilección, de la misma manera en que algunos guetos y tribus urbanas niegan la membresía a los individuos que no lucen o visten como ellos, ni comparten sus creencias?

Hoy por hoy, la latinidad supera la pertenencia a un determinado grupo étnico, confesión religiosa (o carencia de ésta), filiación ideológica o estilo de vida. Es latino quien se siente latino. Podemos afirmar que hay latinos con piel blanquísima, latinos con la piel de color del ébano, y latinos con un sinnúmero de matices en medio, cuyos colores varían de una percepción personal a otra –y en el vastísimo mundo de las palabras creadas por los propios latinos, también sus apelativos varían: albinos, güeros, aperlados, apiñonados, trigueños, bronceados, morenos, morochos, mulatos, cambujos, zambos, etcétera.

Más allá del color de piel, y hasta de la primera lengua que se aprendió después de nacer, la esencia del latino radica en el espíritu, en la capacidad de sentir y de pensar, en el ímpetu de perseverar y lograr, en la facilidad para manifestar nuestras emociones, algunas veces de modo desproporcionado y sin mesura… Tal como sentenció mi amigo rumano-canadiense: We, the Latins, are very impulsive [Nosotros, los latinos, somos muy impulsivos].


Artículo publicado originalmente en Hispanophone. Iván Barradas es creador de la start-up codexborealis.com y profesor de español al oeste de la isla de Montreal. Su trabajo académico se concentra en los orígenes y evolución de las identidades latino-canadienses y en la influencia cultural de Latinoamérica en la provincia de Quebec.

Compartir: