Fue una de las secuencias de mayor fuerza mediática de la historia reciente de Canadá y probablemente uno de los momentos decisivos en la carrera política de Pierre Trudeau, el padre del actual primer ministro canadiense. Fue en octubre de 1970; el independentismo radical quebecois hacía una demostración de fuerza —con secuestros y asesinatos—, y el primer ministro Trudeau decidió enviar los tanques a las calles de Ottawa para controlar la situación.
Tim Ralfe, veterano periodista de la cadena pública de televisión CBC, le inquirió en plena calle sobre la presencia de soldados en las calles de la capital canadiense.
«¿Hasta dónde quiere llegar con esto? ¿Hasta qué punto va a prolongar esta decisión?».
Trudeau no se anduvo con rodeos y respondió con una frase que ya es mítica: «Well, just watch me».
Las raíces de la crisis se remontan a 1963, año en que el revolucionario Frente de Liberación de Quebec (FLQ), de corte marxista, lanzó una violenta campaña de ataques a mano armada. El resultado de esa campaña de acción fue dramático: seis personas murieron y más de 40 resultaron heridos en los siguientes siete años. Cuando varios miembros del grupo armado fueron detenidos y condenados por estas acciones, el FLQ los declaró «presos políticos».
El 5 de octubre de 1970, el comisario de comercio británico James Cross fue secuestrado en Montreal. El FLQ puso unas condiciones inaceptables para el gobierno federal: 500,000 dólares de rescate y la liberación de 23 «presos políticos», a los que había que garantizar un traslado seguro a Cuba o Argelia; y la divulgación de un manifiesto del grupo armado. El gobierno jugó la partida de ganar tiempo mientras negociaba con los secuestradores y permitió que se difundiera el manifiesto los días 7 y 8 de octubre en los medios públicos. Además de llamar a la revolución marxista, el texto del FLQ incluía especulaciones sobre la supuesta orientación sexual de Trudeau.
Un segundo secuestro dio un giro dramático a la situación dos días después. Esta vez, la víctima era Pierre Laporte, ministro del gabinete provincial de Quebec. En respuesta, el día 12 de octubre Trudeau envió soldados a Ottawa para proteger a los políticos y a los edificios federales. El encuentro televisado con Ralfe, el periodista de la CBC, ocurrió al día siguiente. Fueron unas semanas intensas que se siguen recordando en Canadá con cierta confusión, casi en el terreno de la mitología.
Es necesario entender el contexto internacional de la época y las poderosa influencia que los movimientos revolucionarios de América Latina estaban ejerciendo en todo el mundo. De hecho, muchos analistas canadienses no dudaron en insinuar una suerte de golpe extra parlamentario en la capital ante el dramático impacto visual de los soldados y los tanques protegiendo la capital. La imagen del Canadá pacífico y civilizado se había roto en mil pedazos.
Hubo amenazas de bomba y manifestaciones en defensa del FLQ. Más de 1.000 estudiantes universitarios en Montreal firmaron un manifiesto en apoyo del grupo revolucionario. Se llegó incluso a plantear la posibilidad de crear un gobierno provincial provisional en previsión de que la administración del primer ministro de Quebec Robert Bourassa se colapsara. Finalmente, un grupo de dieciséis prominentes líderes ciudadanos de la provincia —que incluía a políticos, líderes obreros e intelectuales— firmó un documento en favor de las negociaciones con el FLQ y «un intercambio de los dos rehenes para los presos políticos».
Pero los planes de Trudeau eran otros. En las primeras horas del 16 de octubre se invocó la Ley de Medidas de Guerra (WMA, en sus siglas en inglés), una antigua pieza de la legislación canadiense aprobada por primera vez en 1914 y que otorgaba poderes de emergencia al gobierno federal. Al día siguiente el cuerpo de Pierre Laporte fue encontrado en el maletero de un coche abandonado. La suerte estaba echada.
Las severas medidas de excepción adoptadas por Pierre Trudeau al amparo de la Ley de Medidas de Guerra y la conmoción causada por el asesinato de Laporte, fueron determinantes para que las crecientes simpatías de un sector de la sociedad quebecois hacia los terroristas del FLQ se parara en seco.
Cuando la policía finalmente descubrió donde se encontraba secuestrado James Cross, se llegó a un acuerdo. El 4 de diciembre de 1970 fue liberado y sus secuestradores trasladados a Cuba. Por su parte, acorralados por el cerco policial, los asesinos de Laporte se rindieron el 28 de diciembre.
Aunque los canadienses aprobaron por abrumadora mayoría las acciones de Trudeau, hubo una reacción violenta en algunos círculos. Y creció en los años siguientes. En parte, esta reacción fue una respuesta a la suspensión temporal de los derechos civiles (al amparo de la Ley de Medidas de Guerra) y su supuesta aplicación discrecional, que, según sus detractores, provocó un desproporcionado número de detenciones preventivas. De hecho, muy pocos de los detenidos fueron finalmente encausados.
¿Fue realmente el Frente de Liberación de Quebec una amenaza para la democracia canadiense durante la década de los 60 del pasado siglo? Visto con perspectiva parece que la contundencia de la respuesta federal no guardaba proporción con la verdadera magnitud de la amenaza terrorista. Los estudiosos de este fenómeno aseguran que la banda armada nunca llegó a tener más de 35 activistas.
Los críticos con Pierre Trudeau aseguraron entonces que sus acciones fueron “completamente desproporcionadas”, guiadas por el pánico. El líder NDP Tommy Douglas describió de forma gráfica lo que, para él, había sido la acción del gobierno: «usaron un martillo para romper un cacahuete».
Otras teorías tuvieron un trasfondo más siniestro. El objetivo de Trudeau habría sido no sólo cortar de raíz los brotes terroristas sino aplastar también el separatismo de Quebec, un movimiento del que el FLQ era su expresión armada. El escritor e historiador Bob Plamondom, uno de los principales especialistas en la obra política de Trudeau, lo vio de otra manera: «La AMM, más que una declaración política, fue una herramienta para restaurar la ley y el orden y liberar a los rehenes».
Lo que está claro es que la crisis en aquel lejano octubre de 1970 era real en Canadá, la situación era inestable y algunos estaban dispuestos a ver el FLQ como agentes del espíritu revolucionario de la época.