El juicio por el asesinato de los cinco jesuitas en 1989 reabre una herida en la comunidad salvadoreña en Toronto

El inicio en la Audiencia Nacional de Madrid del juicio contra Inocente Montano, que ocupaba la secretaría de Seguridad Pública del país centroamericano en 1989 cuando se produjeron los hechos, devuelve a la actualidad el atroz crimen que acabó con la vida de cinco jesuitas.

jesuitas El Salvador
«Jardín de Rosas» en UCA, El Salvador. El lugar donde Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Amando López, Joaquín López y López, Elba Ramos y Celina Ramos, fueron asesinados el 16 de noviembre de 1989 por un pelotón militar. Foto: Johan Bergström-Allen

La Audiencia Nacional en España juzga en un proceso que se prolongará hasta el próximo 16 de julio al excoronel y exviceministro de Defensa salvadoreño Inocente Montano, por su supuesta participación en «la decisión, diseño o ejecución» del asesinato de cinco jesuitas hace 30 años en El Salvador, entre ellos el vasco Ignacio Ellacuría.

El ya septuagenario exmilitar salvadoreño, para quien la Fiscalía pide 150 años de cárcel por cinco asesinatos terroristas, será el primero que responde ante la Justicia española por estos hechos.

Con él se sientan en el banquillo de los acusados de la Audiencia Nacional de Madrid René Yusshy Mendoza, quien fuera teniente del Ejército de El Salvador destinado en la escuela militar «Capitán General Gerardo Barrios» y miembro del batallón «Atlácatl», ejecutor de los asesinatos.

Según la Fiscalía, ambos «participaron en la decisión, diseño o ejecución» del asesinato, el 16 de noviembre de 1989, del entonces rector la Universidad Centroamericana (UCA), Ignacio Ellacuría, uno de los ideólogos de la Teología de la Liberación.

La Justicia española procesó a una veintena de exmilitares, pero las autoridades salvadoreñas ignoraron las órdenes de extradición. Antes de ser extraditado, Motano permaneció dos años detenido en EE UU hasta su entrega a España el 29 de noviembre de 2017.

Un crimen en mitad de un país enfrentado

El 16 de noviembre de 1989, poco después de regresar a El Salvador, un grupo de paramilitares irrumpió la sede de la Universidad Católica Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), de la cual Ellacuría era rector. «Vamos a matar a curas, no tienen armas», se cuenta que dijo uno de los soldados antes de acribillar los cuerpos de Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Ignacio Martín-Baró, Amando López, Juan Ramón Moreno y Joaquín López.

Los soldados también acabaron con la vida de Elba Ramos, la cocinera, y su hija Celina. Algunas crónicas de la época reprodujeron los terribles testimonios de algunos testigos, que aseguraron entonces que algunas de las víctimas fueron sacadas a rastras de la residencia del rector y asesinadas a palos. Otras, a balazos.


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Ignacio Ellacuría era uno de los representantes más destacados de la teología de la liberación en Latinoamérica.

Ellacuría era uno de los representantes más destacados de la teología de la liberación en una época de gran convulsión en Centroamérica, sumida en el lodo de diversos conflictos bélicos entre las guerrillas de influencia comunista y grupos paramiltares financiados por Estados Unidos. El sacerdote vasco mantenía una férrea defensa pública de los derechos de los pobres y una posición a favor del diálogo entre los gobiernos de la región y las diferentes guerrillas.

Era el final de la década de los 80, un mundo dividido en dos bloques y Latinoamérica desangrada entre la violencia indiscriminada de los escuadrones de la muerte, la represión de las dictaduras de derechas fomentadas por EE UU y las guerrillas de inspiración comunista. No se puede olvidar que la década había comenzado en El Salvador con el asesinato del monseñor Oscar Romero mientras celebraba misa, un crimen que había sumido al país en el estupor.

No era la única división: la misma Iglesia se debatía entre la Teología de la Liberación, la condena al comunismo y la no injerencia en la política. El papa Juan Pablo II, obsesionado con evitar la influencia comunista en los sectores más progresistas de la iglesia, había decidido intervenir la Compañía de Jesús ante el temor de que se sublevara.

El asesinato a sangre fría de los jesuitas fue uno más de los terribles episodios de la guerra civil de El Salvador, que enfrentó durante casi 15 años (1979-1992) al ejército gubernamental —la Fuerza Armada de El Salvador (FAES)— con las fuerzas insurgentes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). El conflicto armado, que nunca fue declarado de forma oficial, arruinó el país y acabó con la vida de más de 75.000 personas, entre asesinados y desaparecidos.

Refugiados en Canadá

Miles de salvadoreños huyeron de su país, pidiendo asilo en diversos países. Canadá fue uno de los principales receptores de refugiados salvadoreños. Durante toda la década de los 80 fue el principal origen de la inmigración latinoamericana en suelo canadiense. Sólo entre 1982 y 1987, más de 10.000 salvadoreños recibieron asilo en Canadá gracias a un programa especial que el país puso en marcha para ayudar a los civiles que escapaban de los conflictos armados de El Salvador, Guatemala y Nicaragua.

El programa aumentó la cuota de refugiados procedentes de Latinoamérica de 2.000 en 1981 a 25.000 en 1984. Durante ese periodo, el 75% de los casos de refugio a latinoamericanos aprobados por Canadá eran de centroamericanos.

El programa tuvo tal repercusión en un país sacudido por uno de los conflictos más crueles de la región que en 1985 el periódico estadounidense The New York Times publicó un artículo titulado Los salvadoreños encuentran el paraíso en Canadá, que destacaba los casos de personas torturadas por el régimen salvadoreño que finalmente encontraron refugio en el país norteamericano. Por contra, Estados Unidos, que apoyó militar y económicamente al régimen salvadoreño y las fuerzas armadas del país, rechazaba muchas de las solicitudes de refugio de los salvadoreños.

Gracias a la política de refugio de Canadá, a finales de la década de los años 80, el 77% de las peticiones de refugio de salvadoreños fueron aprobadas por las autoridades canadienses, lo que permitió el crecimiento de la comunidad salvadoreña en el país, que con los años echó raíces y se convirtió en una de las más importantes e influyentes entre todas las minorías de habla hispana de Canadá.

En la actualidad, más de 66.000 personas en Canadá se identifican total o parcialmente como salvadoreños. Y muchos de ellas son personas que escaparon el mismo ejército que mató a Ellacuría.

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